El pasado domingo publicaba el dominical The Sunday Times un jugoso adelanto de las memorias del ex primer ministro británico David Cameron, el hombre al que debemos la convocatoria del referéndum en torno al brexit.

Sus confesiones no tienen desperdicio en lo que se refiere al juicio negativo que le merecen tanto su actual sucesor, el excéntrico y ególatra Boris Johnson como otro de los peores intrigantes, el varias veces ministro Michael Gove.

Pero hay algo de lo que cuenta que, no sólo como viejo del oficio periodístico, sino también como ciudadano, me ha interesado especialmente, y es el papel un tanto irresponsable de los medios, incluso los más prestigiosos, en la vorágine populista que nos envuelve.

Cameron dice haberle explicado en su día a la canciller federal alemana Angela Merkel que si perdían la consulta sobre el brexit, sólo sería por la inmigración, por lo que la UE debería mostrarse más flexible con Londres en ese asunto.

"Casi todas las opiniones que deberían contar nos apoyaban (en nuestra oposición al brexit) -escribe el ex líder tory- las de las principales industrias, el automóvil, la aviación, la farmacéutica, los ferrocarriles, la agroalimentaria, la moda, el cine. La Confederación de la Industria británica".

"También muchos trabajadores: los sindicatos. Nuestros aliados de todo el mundo: India, Japón, Australia, Canadá, los organismos multilaterales: el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio, la OCDE".

"Como nos apoyaban también trece premios Nobel, el jefe del Servicio Nacional de Salud, la cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Nueve de cada diez economistas. O se trata de una conspiración o toda esa gente tiene razón", confiesa haber pensado entonces.

Y agrega: "Pero el mayor problema lo tuve con la BBC. Creo que no había sido capaz de distinguir entre equilibrio e imparcialidad. El resultado es que a las opiniones de miles de empresarios que estaban a favor de seguir en la UE se les dio el mismo peso a que a unos cuantos destacados hombres de negocios que propugnaban la salida".

"Había miles de economistas favorables a continuar dentro de la UE y sólo un pequeño número de brexiteers (partidarios de abandonar el club europeo). Pues bien la BBC les dio a estos últimos igual cancha que a los primeros".

"Qué importancia tenía lo que pudiera opinar sobre el brexit un exasesor gubernamental emigrado cuatro años antes a California", se pregunta el ex premier británico en referencia a Steve Hilton, examigo suyo que trabajaba entonces para Fox News, la cadena favorita de Donald Trump.

Tal vez habría merecido un párrafo en un artículo periodístico. Pero Hilton estaba encantado de dar su opinión. Se unió al autobús de Boris, ése que hablaba de recuperar para el Servicio Nacional de Salud británico los 350 millones de libras que Londres supuestamente enviaba cada semana a Bruselas.

Y la televisión pública, la BBC, critica Cameron, "recogió su intervención como si fuera una gran noticia sólo dos días antes del referéndum".

Esa fatal confusión entre equilibrio e imparcialidad, unido también a la creciente espectacularización en el tratamiento de la información política, algo que han heredado también nuestros medios de los anglosajones, puede resultar letal en el caso de una consulta popular en la que intervienen siempre más las emociones que los argumentos.

También en Estados Unidos, un candidato tan ignorante de la política y de la historia, aunque dotado de un indudable instinto populista, como Donald Trump, no se habría impuesto en las últimas presidenciales a su rival demócrata, Hillary Clinton, si los principales medios de aquel país no hubiesen prestado continua y acrítica atención a sus insultos y barbaridades.