Y hablamos de política. No solo de la de andar por casa, sino también la que ha significado varapalos y pérdidas de poder. Y sucede que los perdedores, que creían que siempre ganaban todas las apuestas y eran capaces de desenredar los entuertos que salieran al paso poniéndolos a su favor, se han encontrado con la muralla de sus torpezas que han inclinado la balanza hacia el despeñadero del descalabro del poder.

Cuando nos situamos en el espacio de la imparcialidad, para poder tener el sosiego necesario para la reflexión, no resulta fácil atinar con las consecuencias que a largo plazo pueden obtenerse de las torpezas, aunque a corto si que somos capaces no solo de intuirlas sino de apreciarlas y tal vez hasta padecerlas.

Los imperios que han existido sobre la faz de la tierra se han ido al traste, y si están algunos en ese camino no ha sido por la falta de compromiso y dedicación de los pueblos, ni por la deserción de los que trabajan con tornillos y con ideas, sino que los imperios se han ido de viaje porque los que mandan y gobiernan tenían la convicción de que su poder seria eterno y no asumieron la presencia de nuevos contrapoderes, y no fueron capaces de adelantarse a los acontecimientos, lo que es imprescindible en el buen político, lo que ha motivado que de la noche a la mañana se encuentren en una desnudez de poder donde el frío ya no solo se padecerá en invierno, sino que será una constante las cuatro estaciones del año.

Manifestaba Norberto Bobbio que el poder en un escenario donde toma presencia la torpeza y la mediocridad tiene fecha de caducidad; y habrá que remarcar que cuando no se tiene la conciencia de que se está fuera de contexto, que los argumentos se escapan por endebles y que de trampas y agachadillas sabe más el contrario, aparecerá no solo la confusión, sino también la frustración.

Cuando se van a cumplir quinientos años de Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, resulta evidente que la humanidad y aquellos que se erigen en conductores de los pueblos no acaban de aprender la lección de que la estupidez y la mediocridad sigue dominando el planeta, además de creerse poseedores de la verdad, aunque se asomen al borde del abismo que han construido con argumentos débiles y carentes de credibilidad, ni aun para ellos mismos.

El sabio duda a menudo y cambia de opinión, el necio es terco y no duda, está al cabo de todo, salvo de su propia ignorancia, y lo peor es que no aprenden de los errores cuando son estos, muchas veces, los que han cambiado los paradigmas y han propiciado el progreso de los pueblos. Tomas Kuhn así lo ha estudiado y así nos lo ha trasmitido.

El problema se acentúa, encona y continua precisamente cuando el error ni siquiera es reconocido por aquellos que lo han originado.