El Banco Central Europeo ha tomado una penúltima decisión de estímulo a las economías de la zona euro y de respaldo a la deuda pública de los países. Pero ha dicho que la munición se está acabando y que las políticas monetarias expansivas, como la paciencia, tienen un límite. La semana anterior había advertido expresamente a España: tenemos que sujetar los gastos y recaudar más. Fue después de la presentación del programa electoral de Pedro Sánchez.

Nuestro país tiene una deuda del 98% de su PIB. O lo que es lo mismo, un billón doscientos mil millones, que es casi el valor de lo que produce la economía española en un año. Pero esa referencia puede llevar a engaño. Portugal tiene una deuda del 123% de su PIB. E Italia casi del 135%. Lo relevante para comparar lo que se debe es saber lo que se pude pagar.

Y resulta que España ingresó el año pasado unos 293 millones por todos los conceptos, mientras que los gastos ascendieron a 320 millones. Es decir, que ingresamos menos de lo que gastamos. Si a eso se le suma el agujero de la Seguridad Social -otros quince mil millones- es para que nos den escalofríos. Porque la única opción que le queda a este país es seguir pidiendo prestado para poder camuflar que nuestras obligaciones son mucho mayores que nuestros posibles. Pedimos prestado para pagar lo que debemos y que en parte nos prestaron.

La gran crisis financiera de 2008 se produjo, básicamente, porque el peloteo de los créditos y sus derivados llegó a ser increíble. Por cada dólar que debía alguien se habían fabricado productos derivados que lo multiplicaban hasta siete veces. La pelota se iba inflando mientras pasaba de mano en mano y el mercado llegó a percibir que ese dinero nunca se iba a cobrar. Y se ajustó por la vía dura. La burbuja de los créditos estalló y se llevó por delante parte del sistema bancario más expuesto y a gran parte del sector inmobiliario. Y por ese sumidero se escurrió eso que se llama la economía real.

Ahora estamos aterrizando en otro escenario diferente que sin embargo se le asemeja en algunos detalles preocupantes. La crisis de las deudas soberanas viene a ser algo parecido al pufo del mercado crediticio, con la diferencia de que los Estados -los bancos centrales- pueden imprimir papel moneda. Pero Europa lleva ya demasiado tiempo dándole a la manivela de las políticas monetarias expansivas: eso que los americanos llamaron quantitative easing. La moneda que está en circulación excede con mucho del valor real de los bienes y servicios que producen los países. Y esto tiene toda la pinta de que se va a acabar.

El mensaje del BCE, que sigue dándole a la fotocopiadora de los euros, es que hay que apretarse las tuercas. No se puede seguir gastando por encima de lo que se recauda porque la deuda país está entrando en un territorio de desconfianza creciente. El Partido Popular llegó a España con la promesa de una gran reforma de las administraciones públicas, el famoso CORA. Pero la montaña parió un ratón. Los populares ni reformaron ni modernizaron nada, en el terreno de la ineficacia de nuestros diecisiete reinos de taifas ni en la gigantesca estructura que mueve los intereses de cuatro millones de salarios públicos.

La solución fue subir impuestos. Las cuentas públicas se salvaron con el sudor de las familias y las pymes. Ellas fueron las que pagaron el rescate de las cajas de ahorro: la banca pública que hundieron los políticos, los sindicatos y la patronal española entre mariscadas y ladrillos. Atravesamos la tormenta sin aprender ninguna lección. Y en cuando salió el primer rayo de sol, el sector público empezó a engordar de nuevo como si no hubiera mañana.

En España trabajan diecinueve millones de personas. Pero hay nueve millones de jubilados, tres millones y medio de empleados públicos y unos tres millones de parados. Hay casi tanta gente que cobra del Estado como trabajando en el sector privado. Y los tres millones de empresas que existen son mayormente unipersonales o microempresas con menos de cinco empleados -es decir, con baja productividad- y los beneficios empresariales de esa gran masa han caído, al igual que el peso de los salarios en la economía.

Para afrontar un huracán se pueden clavar tablas en las ventanas, pero costará más enfrentarse a los vientos ciclónicos de una nueva crisis. España está jugando a la ruleta rusa con cinco balas en el tambor. El populismo del gasto público a mansalva es incluso más peligroso que el desgobierno. Pedro Sánchez presentó sus 370 promesas electorales y el BCE ha lanzado un serio aviso antes de la fiesta de las elecciones de noviembre: cuidado con el coste de la demagogia. Aviso a navegantes.