En el ciento veinticinco aniversario de Amaro Lefranc.

El poeta Manuel Machado asegura en versos conocidos que las coplas no lo son hasta que las canta el pueblo y que cuando las canta nadie sabe ya quién fue su autor, mas no siempre ha sido así.

De tarde en tarde suele florecer, como encendida marañuela solitaria en medio del pedregal, una copla en apariencia frágil, sin aderezos literarios y sin embargo rebosante de emoción, que se adueña del sentir popular sin aguardar a que se borre la huella de su creador. Le ha ocurrido, aunque no es la única, a esta que avanza hacia el siglo, tan lozana como el primer día:

Al Cristo de La Laguna

mis penas le conté yo.

Sus labios no se movieron

y sin embargo me habló.

Hoy, catorce de septiembre, día en que confluyen con especial intensidad, suplicantes o agradecidas, transidas de dolor o esperanzadas, miles de miradas en la imagen del Crucificado de más acendrada devoción de Canarias, es buen momento para recordar la pequeña historia de esta copla muy nuestra y al afortunado poeta que la hilvanó en un instante mágico de inspiración, Rafael Hardisson Pizarroso, en el ciento veinticinco aniversario de su nacimiento.

En 1927 el Ateneo de La Laguna, empeñado en afanes de renovación de nuestro acervo popular, convocó por primera vez en las Islas un certamen de coplas canarias. De las más de 500 presentadas fueron admitidas 479. El alto número de trabajos aconsejó establecer 24 premios, diez con objetos de arte y catorce con diploma.

Los galardones se entregaron el 13 de mayo de 1927 en el teatro Leal, durante una gran Fiesta de Exaltación de la Copla Regional, sin mantenedor y con estreno de dos obras: "Fantasía sobre motivos españoles" del maestro Estany y el celebrado diálogo Mariquilla de Nijota. Se cantaron únicamente coplas premiadas, por dos rondallas con personas de toda la sociedad lagunera, entre las que sobresalieron las de Las Mercedes, se subrayó que por la elegancia y ritual parsimonia en el bailar, dirigidas por Enrique Simó García y Luis Ramos Falcón.

De los 479 cantares, 20 eran de Hardisson. Los acompañó todos con un comentario breve, una pirueta humorística o un melancólico requiebro y algún retintín, para facilitarles a los señores del jurado -aseguraba socarronamente en el envío- la tarea de quitarles la envoltura a los que calificó de coplas-turrones. Tres merecieron premio, uno de ellos el del Cristo lagunero, pero solo con diploma de consolación. Sin embargo?

Pocas composiciones poéticas consiguen como la copla meterse en el alma popular, internarse misteriosamente en su corazón a despecho de modas, tendencias o reivindicaciones. Mientras la mayoría de las de 1927 acabaron en el olvido, como tantísimas antes y después (la del primer premio, de correcta factura literaria y refinada sustancia lírica, hoy nadie la cantaría, por obsoleta), la de Hardisson Pizarroso que rememoramos continúa como hace noventa y dos años sin perder lozanía, sin duda porque su autor acertó a condensar en sus versos desnudos la quintaesencia de una historia humana de sufrimientos, esperanzas y gratitudes que trasciende el tiempo.

Rafael Hardisson era lagunero. Nació el 28 de agosto de 1894 en el domicilio familiar (calle Carrera, número 26 de entonces). Se educó en París, profesional y artísticamente. Fundó en la capital tinerfeña, en 1928, la Academia de Música, reconocida en 1931 como primer Conservatorio del Archipiélago, refrendado en 1943. Cofundó en 1935 la Orquesta de Cámara de Canarias, germen de la actual Sinfónica de Tenerife. Pianista, musicólogo, conferenciante, ensayista, académico de la Real de Bellas Artes de Canarias, poeta y gran impulsor de la música popular canaria, fue asimismo cónsul de Portugal y de Países Bajos. Dirigió la naviera Hardisson Hermanos. Es autor de Helás! Vers français d'un ètudiant canarien (1909-1912), Las endechas aborígenes de Canarias. Lo guanche en la música popular canaria (1942), El tempo canario y el tempo di canario (1955) y A normando, normando y medio: una opereta desconocida de Teobaldo Power. En 1941 editó Turrones de la feria con las coplas y comentarios de 1927, ilustrado por Antonio Torres, que hoy es un raro de la bibliografía canaria, una joya. Lo reeditó en 1961. Firmaba con el seudónimo Amaro Lefranc. La capital tinerfeña le otorgó en 1955 la Medalla de Plata. Su olvidadiza ciudad natal, nada. Quede al menos sobre su memoria este humilde recuerdo en su 125 aniversario.

*Cronista oficial de San Cristóbal de La Laguna