Uno pensaba que la forzada salida de Luis Ibarra del Cabildo de Gran Canaria con destino a la muy añorada Autoridad Portuaria, mediante la vieja fórmula de Peter de la sublimación percuriente, debía resolver las tensiones entre el PSOE y Nueva Canarias en el territorio que se disputan, que es el de Gran Canaria. Pero no ha sido así: la decisión de la insular socialista -y del propio Ibarra, según confesión realizada por él mismo- de colocar a Miguel Ángel Pérez al frente del grupo insular parece que no le ha gustado a Morales. La verdad es que llovía sobre mojado, sobre todo después de la escandalera montada por saltarse la lista cremallera y dejar a Isabel Mena compuesta y sin más consuelo que el de la lectura apasionada de Luther Blister (un autor, por cierto, muy recomendable, especialista en traiciones y otros asuntos florentinos). Mena se rebotó mucho cuando la puentearon, y es lógico que lo hiciera, pero en el PSOE creyeron que había motivos: no respondía al perfil necesario para mantener la tensión con Morales, ante el que hubo que ceder no sólo recolocando próximamente a Ibarra (aún sigue siendo vicepresidente primero), sino aceptando una negociación intransigente en la que Morales no admitió prácticamente ni una sola de las peticiones del PSOE. Los socialistas acabaron haciendo en el palacio insular lo mismo que en Telde, sacrificarse y no caer en la tentación de una censura que les habría dado la Presidencia, pero probablemente se la habría quitado a Ángel Víctor Torres. Pero una cosa es adaptarse a lo que es conveniente, y otra muy distinta que el PSOE grancanario esté dispuesto a dejar campar a sus anchas a Morales, más ahora que saben que sólo cuatro mil votos separan al PSOE de ser la primera fuerza política en la Isla.

El presidente del Cabildo parece no haberse dado cuenta aún de esa situación, y de que ni tiene mayoría absoluta para hacer lo que se le antoje, ni cuenta ya con Ángel Víctor Torres, un hombre conciliador y siempre dispuesto a evitar resacas. Ahora tiene Morales que negociar para poder gobernar, y tiene que hacerlo con Miguel Ángel Pérez, un político con el carácter aparentemente pacífico y tranquilo de un cocodrilo, y -como un cocodrilo- de dientes afilados y lengua suelta.

En los últimos días, el nivel de bronca entre Morales y quien será su próximo vicepresidente parece haber crecido algunos decibelios, hasta el extremo de disparar las alarmas. El motivo inicial, unas desagradables y gratuitas declaraciones de Morales contra Ibarra, cuando el hombre está ya de retirada a su dorado exilio portuario. Detrás de ellas, el malestar entre los socialistas por la compra discrecional de los terrenos de Amurga a la familia de Román Rodríguez, que Morales se niega a parar, más por soberbia que por otra cosa. Y también la negativa del PSOE a seguir siendo comparsa de las atrabiliarias decisiones de Morales: Pérez ya ha aclarado que las cosas van a cambiar en el Cabildo, que la situación es muy distinta a la de hace unos meses, cuando Morales tenía casi el doble de consejeros que el PSOE. Ahora tienen los mismos, y Pérez va a hacer que se note. Puede que el agua no llegue nunca al río de una censura, pero haber agua hayla. El agua, por cierto, es un sitio estupendo para que los lagartos crezcan.