Sonrisas, miradas cómplices y alfombras. Chaquetas de sastre de barrio que maridan con frondosos bigotes en paralelo a los brazos cruzados. Abajo, siempre muy abajo, el velo negro apenas permite avistar su tez. Es la foto que debió conmocionar al mundo en 2013 durante la primera rueda de prensa del ministro iraní de Exteriores, Mohamad Javad Zarif. Mientras los periodistas atendían cómodamente las explicaciones sobre las gestiones de la acción diplomática, un grupo de redactoras permanecía en posición de sumisión total, sentadas en el suelo, con tan solo el abrigo de la alfombra. Nadie se inmutaba, todo parecía normal en un país dominado de forma absolutista por los clérigos. El apartheid actual en un territorio que no quiere y tampoco puede, donde los derechos humanos son la asignatura pendiente y los periodistas el objetivo más vulnerable para evitar que la partida se cuente de la forma más verosímil posible. Las mujeres son el rival más débil en un blanco que siempre apunta a la osadía de mezclar feminidad, feminismo y preparación. Un juego peligroso en un país que no narra los hechos con la nitidez de un Estado democrático, copando desde tiempos inmemoriales las estadísticas que lo catalogan de riesgo máximo para ejercer el derecho a la información. Si eres mujer, la hostilidad aumenta de forma exponencial. Irán es en estos momentos uno de los países que más periodistas y blogueros tiene en sus cárceles. Según la clasificación realizada anualmente por Reporteros Sin Fronteras (RSF), de los 179 países estudiados, Irán ocupa el 174. Le siguen Somalia, Siria, Turkmenistán, Corea del Norte y Eritrea. Según el Artículo 500 del Código Penal de la República Islámica, quien haga propaganda contra el Estado puede ser condenado de tres meses a un año de cárcel, es decir, quien plantee la posibilidad de poner en tela de juicio alguna medida gubernamental, directamente ocupará alguna de las cómodas prisiones de Teherán. La República Islámica es ya la mayor cárcel del mundo para las mujeres periodistas, con un total de diez detenidas y una larga cola de torturas y asesinatos por informar. Tal y como refleja RSF, la lista de la censura tiene nombre de mujer: Noushin Jafari, detenida a manos de la Guardia Revolucionaria por "insultos a los valores sagrados del Islam"; Marzieh Amiri, acusada de "conspiración y reunión contra la seguridad nacional, propaganda antigubernamental y alteración del orden público", con una condenada de 10 años y 148 latigazos; Assal Mohammadi, detenida por pertenecer al consejo editorial del periódico estudiantil Game y secundar la huelga de la compañía de caña de azúcar Haft-Tappeh; Sanaz Allahyari, también detenida por cubrir la huelga y el maltrato de los trabajadores encarcelados de la compañía; Farangis Mazloom, apresada por cometer el delito de informar al público sobre las condiciones en las que se encuentra recluido su hijo y el trato inhumano y degradante al que está siendo sometido; Hengameh Shahid, sentenciada a 12 años y nueve meses de prisión por sus revelaciones sobre la falta de justicia dentro del sistema judicial iraní y sus críticas a su jefe; Sadegh Amoli Larijan, Sepideh Moradi, Avisha Jalaledin y Shima Entesari, trabajadoras del digital de noticias de la comunidad sufí, Majzooban Noor y detenidas desde febrero de 2018 con penas de cinco años de cárcel en la prisión de Evin de Teherán; y Narges Mohammadi, que según una ley de 2015 estipula que "una persona condenada por varios cargos solo cumple la condena aplicada al cargo más grave", por lo que tendrá que pasar un periodo de 10 años. Ellas no tienen protección.

@luisfeblesc