Debe ser un pecado mortal nacer en El Hierro y no vivir en la Isla. Le pasa a personas normales y también a aquellas que destacan en distintas facetas. Triunfan fuera, menos en su isla natal, donde puedes escuchar burradas excusatorias para no reconocer méritos como que se fueron cuando aún eran niños y nunca vivieron, que frecuentan poco su lugar de nacimiento?; y así el costo de la emigración en busca de un futuro mejor se convierte en la cruz que deben cargar de por vida estas personas, aunque de vez en cuando vengan a vernos.

Matías Díaz Padrón debe ser uno de una amplia lista. Nació en la Villa de Valverde en 1935, se desplazó, primero a Gran Canaria y más tarde a Madrid, y lo hizo como lo hicieron y afortunadamente lo siguen haciendo muchos de nuestros hijos si pretenden formarse. Pocos, por no decir ninguno, vuelven, por una clara evidencia y es que El Hierro no tiene nicho laboral suficiente para jóvenes formados. Recuerdo que hace unos 25 años, en un periódico que dirigí y que se llamaba La Isla, escribí un artículo de opinión que titulé "El futuro de la juventud en El Hierro". En él acotaba a este colectivo en tres grupos: los no formados a la espera de un convenio de obras, los medianamente formados pendientes de una plaza de auxiliar en la Administración, ahora lista de reserva, y los bien formados con un futuro incierto porque las pocas plazas, específicamente en la Administración, ya están cubiertas hasta que salte alguna jubilación. Este artículo se podría escribir tres décadas después y podría tener para estos casos la misma vigencia.

Volviendo a la personalidad de Matías Díaz, basta con ver su discreto currículo en la web del Museo del Prado: Consejero técnico del Museo. Doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Desde 1967 hasta 1976 es profesor en las cátedras de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo de las Universidades Complutense y Autónoma de Madrid. En 1970 se incorpora al Museo del Prado como conservador, donde se encarga de la revisión y estudio de los depósitos de pintura, lo que tiene como resultado el hallazgo de numerosas obras inéditas, y realiza el catálogo y es comisario de diversas exposiciones. En 1980 obtiene la plaza de colaborador científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y dos años después la de conservador de Pintura Flamenca y Holandesa del Museo del Prado.

Entre 1989 y 1995 imparte cursos de doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha escrito más de cuarenta monografías y más de trescientos cincuenta artículos en revistas especializadas. Es miembro de l'Académie Royale d'Archéologie et d'Historie de l'Art de Belgique y de la Real de San Miguel Arcángel de Santa Cruz de Tenerife, y comendador de la orden de Leopoldo II de Bélgica, y se le ha concedido el Premio Canarias en Patrimonio Histórico, la orden de Andrés Bello de Venezuela y la encomienda del Ministerio de Agricultura.

En el año 2008 el Gobierno de Canarias otorgó el Premio en Patrimonio Histórico e Investigación a este ilustre hijo de El Hierro, al que según los críticos se le considera la máxima autoridad en pintura flamenca, que desde su cargo de conservador del Museo del Prado lo sabía y sabe todo sobre Ruben, Van Dyck, Rembrandt y todos sus coetáneos. El prestigio de Matías está justificado en más de 300 descubrimientos, considerándolo el especialista de arte del siglo XVII más importante del mundo, además de pertenecer a instituciones de alto calado científico-artístico-cultural, desde el Centro de Investigaciones Científicas hasta la Junta de Valoración, Calificación y Exportación de bienes del Patrimonio histórico español.

Pues resulta paradójico que haya sido reconocido por nuestra Comunidad Autónoma a través de su Gobierno regional, y en su Isla no se le haya brindado ni el más mínimo reconocimiento institucional a toda una vida de méritos. Cuánto despropósito, los valores intelectuales e investigadores de Matías Díaz reconocidos a nivel mundial, menos en su isla natal, una injusticia que habrá que enmendar antes de que sea tarde para este herreño olvidado y menospreciado.

Como dijo en alguna ocasión el actual papa Francisco, "un pueblo que olvida su pasado, sus raíces, no tiene futuro. Es un pueblo seco". Pues mientras no reconozcamos los méritos del amigo Matías Díaz, al que siempre que paso por Madrid intento ver, El Hierro será una isla culturalmente seca.