La ambición de los contemporáneos es tan grande, que la ruina ajena, en vez de ser confesión de dolor, en ocasiones es consigna de mil especulaciones excitadas por el morbo y la curiosidad. La vida no es una oferta que amablemente repara la quiebra, al contrario, si estás jodido (te jode más). El fallecimiento de Blanca Fernández Ochoa me ha sentado junto a la reflexión...

Se precisa mucha inteligencia para estar al margen del irresponsable instinto de hablar de los demás. Me parece lamentable, por no decir asqueroso, que seamos capaces de hablar de la vida privada de otras personas y nos quedemos tan anchos. Es demencial juzgar a una persona por lo que tiene o deja de tener. Arruinarse es muy fácil, junto al frontón de la vida se juegan muchas carreras y a veces nos derrotan. ¿Y qué? De Blanca Fernández Ochoa se ha dicho que "tenía bipolaridad", que "estaba arruinada", y bastantes cosas más. ¿Era necesario? Vamos a ver, seamos sinceros, y no nos dejemos ofuscar por el morbo y sus derivadas. ¿Ustedes no tienen problemas? Es muy fácil pisotear la reputación ajena, pero la nuestra que no nos la toquen. Hay tantas personas que participan de forma activa en el ejercicio de la difamación, que a veces pienso que son legión. ¡Tremendo!

La vida, en ocasiones, es mármol ennegrecido que nos evoca los múltiples aspectos que tiene nuestra existencia. Pobres vivientes, nosotros, que pensamos que la felicidad es tener. De la noche a la mañana, muchos cielos estrellados se convierten en días de tormenta; y muchas vidas no acaban igual que empiezan.

Junto al lodo de la habladuría está la pestilencia de nuestro yo. Las palabras que salen de la boca de los papanatas son el comentario estéril de los que poseen una importante sequedad mental.