Este fin de semana, Tijarafe recibe viajeros de numerosos destinos atraídos por las Fiestas de Candelaria y, singularmente, por dos actos que coronan el programa: la Noche del Diablo -la irrepetible verbena con el divertido protagonista que, escoltado por mascarones y cabezudos, baila entre fuegos de artificio- y el Día de la Virgen, que abren las campanas, acompañadas por la caja de guerra al son de tajaraste, con misa, procesión y loa propia y notable participación de fieles.

El escenario de los festejos está determinado por la bella parroquia, construida entre los siglos XVII y XVIII, con planta de cruz latina, recias canterías y magníficas cubiertas de tea, la elegante espadaña y el mejorado entorno de una plaza convertida en el corazón del pueblo. El ambiente de los eventos lo garantiza un común, antiguo y renovado sentimiento que defiende, con pasión y naturalidad, su patrimonio artístico e inmaterial y significa a este municipio dentro y fuera de La Palma.

Los tijaraferos pusieron en valor activos de primer nivel, empezando por el rescate de la huella de Hizcaguan que, con Puntagorda, fue el más poderoso cantón benahorita. Impulsadas por el alcalde Marcos Lorenzo, dirigidas por expertos y con voluntarios locales, las campañas arqueológicas no tienen parangón en continuidad y hallazgos en nuestra Comunidad y avalan con sus resultados la futura creación de un atractivo Parque Arqueológico.

En la última sesión plenaria, el ayuntamiento aprobó por unanimidad una moción del PSOE que exige la mayor visibilidad del Retablo Mayor de Candelaria, sacrificada varios momentos del año a las exigencias litúrgicas "que lo cubren con telas y otros elementos". La coincidencia de todos los representantes políticos revela que la cultura no marca fronteras y es un buen ejemplo a seguir en otros lugares donde, desgraciadamente, las cosas no están tan claras. La recuperación del espíritu del Vaticano II en cuanto a la actualización de los ritos, defendida por el papa Francisco, tiene aquí plena justificación en cuanto ocultar a la vista de propios y extraños una obra única y maestra de Antonio de Orbarán, que dio nuevos alientos al barroco en Canarias es, además de un error de bulto, seguramente, un pecado.