A los gacetilleros la venida del otoño nos suele marcar la línea difusa que separa el horizonte inmediato del otro mundo. Cuando llega septiembre, uno decide echar un vistazo a lo que escribió hace tan solo unas semanas por ver si existe un hilo que seguir, una huella que proporcione una pista para inventar mentiras con oficio, un paisaje levemente apuntado donde posar la mirada. Pero es inútil. Hace un suspiro, la situación política de cercanías parecía necesitar una transfusión o unas vacaciones con urgencia, mientras el planeta se quejaba del maltrato al que durante siglos le ha venido sometiendo la especie más invasora y dañina que ha ocupado la tierra. El final del verano ofrece una imagen tan deprimente como la de la estación anterior, y la misma banda que no supo hacer el trabajo para el que había sido contratada repite idénticos gestos y posturas con la tranquilidad de que, de una forma u otra, no se van a quedar en la calle. Cuando el foco se eleva lo suficiente es posible observar cómo las islas de plástico flotantes se extienden como manchas de aceite para alimento de las ballenas, aunque los peces grandes que merodean por la costa aún pueden ingerir carne humana, fresca y tierna, con más frecuencia que la que reportan las gacetillas de pago. Algún día, no tan lejano, puede que se acabe la carnaza y comiencen a reptar por la playa para comerse nuestra paella. Por otra parte, si lo que cuentan los osos blancos llegados en patera es cierto, la superficie del ártico se rompe, se quema y se derrite, pero los jefes de las familias dicen que se trata de leyendas, inventadas con muy mala intención por ideólogos comunistas que leen libros hasta cuando viajan en metro. Cogimos las maletas cuando ardía Rusia y Ava Gardner le pegaba fuego a la coctelera de Perico Chicote, y a la vuelta del viaje el mapa del fuego se extiende por la piel de Gaia con arreglo a lo que parece un plan diseñado con una eficacia tenebrosa. El mundo da muestras de enfermedad por dentro y por fuera, y la multitud de patologías que lo afectan está tan avanzada cuando se anuncia por las pantallas y son tan inútiles o inexistentes los mecanismos de prevención, que nos estamos acercando a una situación de punto final a pasos agigantados, una situación en la que la única alternativa no será siquiera el trasplante de órganos, sino la sustitución del chasis completo por otro. Pero solo unos pocos tendrán billete para trasladarse a un lugar más allá de las estrellas. La política, la que se ha venido usando hasta ahora, ya no vale para evitar nada, para arreglar nada, para buscar soluciones a nada ni para prevenir un resfriado. Pero ahí están ellos y ellas, dibujando el relato ganador que justifique la repetición de la jugada. Una jugada a la que, como los disciplinados miembros de la manada en que nos hemos convertido, volverán a apuntarnos.