Ya se decía en la antigua Grecia, el beso es la expresión máxima del amor. Ese momento en que los labios concentran toda la energía en un momento sublime y al separarlos se oye la respiración entrecortada y la mirada de cariño o de lujuria. Cada uno elige. Pero el beso es el beso.

Hay tantas clases de besos. Los de la piba, los del amigo, los traicioneros, hasta el beso del político tiene su gracia. Bueno, depende, yo por algunos no me dejaba besar. En algunos países se da un beso, en otros dos. En Rusia se dan tres. Imagínense que Donald Trump o Putin les dan un beso. Yo me friego la cara con Fayry. No se trata de ser esclavo de tus besos como decía David Bisbal, pero es que los besos arrimados crean adicción. Hay besos dulces, besos amargos de despedida, besos de encuentros, besos perdidos y atormentados, de malos momentos, y besos felices con la mano en el labio para sellarlos.

Pero después de todo son besos. La sensación de un beso no se paga con nada. Cuando el beso es bueno y los labios se retiran hay algo inexplicable que recorre el cuerpo. Respiras hondo. Se te dispara un poquito el corazón. Es algo tan simple como un beso. El de la mejilla es maravilloso. El de los labios inigualable. El del cuello no tiene precio. Y no se me vengan arriba ¿eh? Pero no dejen de besar. Mejor besar que destruir. Mejor besar que maltratar. Viva el beso.