La palabra juventud, según el Diccionario de la RAE, significa "período de la vida humana que precede inmediatamente a la madurez". Lo cual, aplicado a los que viven en ese período, puede entenderse como el conjunto de personas que tienen la edad que va desde la pubertad hasta los comienzos de la edad adulta.

Pues bien, la primera reflexión que suscita este significado es que, en tanto que etapa de la vida, la juventud tiene carácter permanente. Es decir, siempre ha habido y habrá un grupo de personas comprendido en esa franja de edad convencional. Por otra parte, sin salirnos de esa misma dimensión, podemos convenir en que la juventud se caracteriza por unas notas que están presentes de manera más o menos permanente desde siempre y otras que, en cambio, son específicas de cada época.

Entre los rasgos comunes que caracterizan a la juventud de todas las épocas, me parece que el más destacado es su elevada dosis de idealismo: desde siempre, los jóvenes tienden a representar la realidad que los rodea de una manera ideal; no consideran la realidad como es, sino como debería ser. Este ideal que cada juventud toma como modelo para oponerlo a la realidad está lógicamente impregnado de los valores imperantes en cada tiempo, que, precisamente por ser cualidades del ánimo, tienen naturaleza espiritual. Pero así como los valores ideales de la juventud de cada época coinciden en el hecho de su carácter espiritual, suelen divergir, en cambio, de una época a otra, en su contenido concreto.

No me interesa, a los efectos que pretendo, detenerme en los valores que teníamos los jóvenes de mi época. Porque estando plenamente convencido de que la sociedad ha cambiado, me parece inútil enzarzarse en discutir si para bien o para mal. Pero no la hemos cambiado los de más edad, sino los que tienen menos años. Lo cierto es que ellos se están haciendo su nido a su medida. El nuestro lo hicimos hace muchos años, vivimos en él y todavía lo seguimos haciendo. Creo que la mejor actitud ante el cambio es poner todos nuestros sentidos en comprender su alcance, porque si solo nos dedicamos a criticarlo, además de vivir en negativo, no aprovecharemos lo que nos traerán de bueno los nuevos tiempos. Es mejor observar y tratar de captar por dónde discurre el mundo que comparar lo que viene con lo que se está marchando.

Pues bien, si observamos con atención los valores de la juventud actual se puede afirmar que ha disminuido en la sociedad actual el peso de lo religioso-tradicional y, por tanto, la juventud de hoy, al no vivir en un ambiente general de esas características, ha compuesto un ideal de valores de referencia más laico que el anterior. Lo que llama la atención es que estos nuevos valores, sin dejar de ser espirituales, han experimentado un doble cambio: de contenido y de carácter. Lo primero, porque los valores actuales, más que con las nociones íntimas del bien y el mal, ligan a la juventud con otras preocupaciones humanas externas como la solidaridad, la protección del medio ambiente y la ayuda al tercer mundo. Y lo segundo, porque estos nuevos valores, al ser más sociales o externos que individuales o íntimos, hacen que el idealismo del joven actual tenga más clara su proyección sobre la realidad exterior que sobre su propio ámbito interno.

En el ámbito de lo íntimo, me parece que nuestra juventud no ve con tanta nitidez a qué aferrarse y eso hace que, a veces, se le note un cierto desconcierto. Pero, así como es difícil saber a qué se aferran, está bastante claro lo que no atrae su interés. No creo que haga falta esforzarse en demostrar que entre las grandes actividades del hombre la política es una de las que apenas interesa a la juventud actual: los jóvenes de hoy se desinteresan no sólo por el arte de la política en sí (doctrina referente al gobierno de los Estados), sino también por la actividad de participar en los asuntos públicos, opinando, votando o afiliándose a los partidos políticos que les corresponde como ciudadanos.

Sería un grave error de análisis tomar a la juventud por una masa de sujetos desinteresada por todo tipo de fenómenos sociales. Basta, por ejemplo, contemplar la fidelidad que muestran a sus ídolos musicales y ver cómo llenan los estadios y demás recintos en los que ofrecen sus conciertos para advertir que se mueve, al igual que lo hicieron las demás juventudes, por lo que les interesa.

¿Por qué entonces se desentienden mayoritariamente de la política? Desconozco las razones. Pero creo sinceramente que sí puedo señalar, al menos, una: el desprestigio que asfixia a esta actividad. Hoy la actividad de dedicarse a atender los intereses generales de la ciudadanía con el sabroso ingrediente del poder ha perdido enteramente la fascinación que tenía en épocas pasadas. Han sido tantos y tan constantes los episodios de corrupción política que han salido a la luz que esta actividad ha perdido ejemplaridad y ya no genera la ilusión de los tiempos de la instauración de la convivencia democrática que trajo la Constitución.

Y ello porque la vida política ha ido evolucionando hasta mostrar, con más frecuencia de la deseable, que se saca más partido por caminar torcidamente que por andar derecho, que es más útil mentir que decir la verdad, que es mejor ser un sinvergüenza que ser honrado, desacreditar y deshonrar falsamente a los demás que reconocerles todo el crédito y el honor que se merecen y, en fin, conducirse sin respetar los valores que comportarse éticamente. En este discurrir tan tortuoso, la juventud ha sentido tantas decepciones y de tal envergadura que no es extraño que recele de la política. A pesar de la importancia que tiene el poder, hoy no resulta prestigioso ser político por la indicada falta de ejemplaridad que la caracteriza.

Hemos mostrado tan impúdicamente a nuestra juventud la podredumbre de la política que, sin haber ido aún hacia ella, les ha invadido la sensación de estar de vuelta. No sé si se podrá arreglar tan enorme desaguisado. Pero si hay entre los políticos actuales alguien que tiene madera de líder y que se siente con fuerza para ilusionar a nuestra noble juventud preocupada por la solidaridad, la protección del medio ambiente y la ayuda al tercer mundo, no debe tardar ni un minuto en ponerse enteramente a ello.

*Catedrático y escritor