La periodista Carlota E. Ramírez escribió la semana pasada un artículo titulado "Confesiones de una generación timada" en la que exponía un descorazonador relato sobre las expectativas de los jóvenes madrileños, que entiendo pueden ser asumidos por los jóvenes de cualquier espacio geográfico.

Entre otras puntualizaciones habla de la mentira de la frase "trabaja y llegarás lejos, los trabajadores pobres sobrecualificados están abocados al paro, ganan 700 euros al mes, contratos precarios, ansiedad formativa por exceso de competitividad, falta de oportunidades profesionales, pluriempleo, trabajo poco agradecido o imposibilidad de emancipación" y concluye con que se sienten frustrados y desengañados.

En esta ecuación, o espiral de lamentos, no leo nada acerca de mala elección de estudios en función de una decisión tomada cuatro o cinco años antes de sumergirse en el mundo laboral, o una apuesta más firme por la competitividad, que no la veo insana como hace intuir el artículo, ni habla de espíritu de superación o capacidad de sacrificio, ni tan siquiera como explorar la vía del empleo por cuenta propia.

Me asalta la duda de que esa generación sea capaz de buscar soluciones por sí misma, instalados plácidamente en buscar culpables en una sociedad que no son capaces de ver que son parte de ella o pensando que cinco años de formación son un derecho inalienable para el mejor puesto de trabajo del mercado laboral.

También tengo claro que no es culpa solo de ellos y que el sistema educativo y el laboral coexisten pero no conviven de manera eficaz. Uno vende quimeras, el otro no tiene capacidad para generar el empleo que necesitan los estudiantes que salen titulados.

Técnicamente, nadie coordina la oferta y la demanda laboral.

Dicho de una manera simple, si formamos abogados, economistas, ingenieros, químicos y las empresas solo generan, mayoritariamente, puestos de operarios de fabrica u operarios de limpieza y muy pocos puestos cualificados, o trabajan en esos puestos de manera sobrecualificada, o buscan trabajo en otros países, o estarán en el paro más tiempo del deseado.

Pero a esa generación de jóvenes hay que darle expectativas, por un lado, exigiendo participación constructiva en la solución del problema, y por otro mejorando continuamente las políticas activas de empleo, tanto dirigidas a trabajadores como a emprendedores, pues las políticas pasivas de empleo, dirigidas a la protección de desempleados, tienen una limitación presupuestaria, financiada por aquellos que trabajan, a través de impuestos y cotizaciones.

Ni la sociedad puede mirar hacia otro lado, ni los jóvenes deben esperar a que el resto de la sociedad les ofrezca la solución ideal que les gustaría sin implicarse en la solución.

*Vicepresidente del Consorcio de la Zona Especial Canaria (ZEC)