Así, con esta bella metáfora, nuestro siempre recordado José. P. Machín se refería a ese espacio marino, pleno de majestuosidad, que conocemos como el Mar de las Calmas y que se extiende desde la Punta de la Restinga a lo largo de toda la costa suroeste de la Isla. Ya Machín decía que este fenómeno de eterna quietud de sus aguas quizás se debiera al resguardo de los vientos alisios que discurren por las laderas de El Julan y de la corriente fría de Canarias.

Lo cierto es que una vez te encuentras a bordo del barco que nos lleva por toda esa costa hasta llegar al Faro de Orchillas surge lo inesperado, sobre lo que teníamos alguna que otra referencia desde la lejanía, pero que así, de pronto, el impacto de una naturaleza que ha peleado con los tiempos se nos introduce en la retina como la grandeza geológica de una isla que aun está en periodo de crecimiento.

La zona de el Mar de las Calmas, que fue declarada desde 1996 como Reserva Marina, actualmente, y desde 2011, ya se considera Zona Especial de Conservación contenida en la Red Natura, cuya finalidad es asegurar la supervivencia de las especies y sus hábitats naturales.

Nos encontramos durante el viaje con fondos rocosos abruptos, con cuevas que emergen de las profundidades no muy lejos de donde la naturaleza ha proyectado una extensión de la Isla como encargo del volcán Tagoro, en un intento de emerger. Y a su alrededor, el gran roque, como guía de que la navegación debe hacerse con cierta maestría, el Bajón, donde se arremolinan el coral negro y la iniciación de los futuros corales multicolores, que aún están en estado de latencia.

Nos sorprendió El Salto, donde se encuentra un túnel tapizado con algas y esponjas. Y la cueva de El Diablo, que aquellos que practican la inmersión son capaces de descubrir y convivir con la langosta herreña y el tamborïl. La Herradura formada por barrancos donde la fauna es abundante, variada e interminable, así como el Nido del Guincho, que avanza hacia la cala de Tacorón como un remanso que no termina.

Y más allá, como vigía de todo lo que acontece en un mar cargado de historia, el Faro de Orchillas, donde, en su día , paso el meridiano cero, conociéndose en aquel momento a El Hierro con el nombre de la Isla del Meridiano.

Sabíamos desde la lejanía, la quietud de ese mar y la línea que lo separa de unas olas de alto rompiente que aprovecharon, sus antiguos pobladores, los bimbaches, para establecer una convivencia comandada por lo registrado en aquel Tagoror, y en Los Lagiales incrustados en las rocas de el Julan.

Fue un trayecto pleno de satisfacción, al comprobar como la Isla, desde sus roquedales de años, se encuentra dispuesta a seguir creciendo, ahora, tal vez, desde el fondo de este lago dormido en el Atlántico.