Gran Canaria ha soportado una de las peores crisis forestales de su historia por culpa de las llamas, pero, por fortuna y pese a la pérdida de sus bosques, no ha tenido que lamentar la pérdida de vidas humanas. La secuencia de hechos iniciados con aquel primer incendio del 10 de agosto, rematado de forma voraz con el que comenzó en Valleseco siete días más tarde, delatan que el fuego no calculó la fortaleza de la materia con la que se erige esa isla sobre el océano junto con sus otras siete hermanas del mar.

La reacción de la sociedad civil de todo el Archipiélago, lejos de quedar en estado de shock, fue un triunfo no solo de la solidaridad y la eficacia, sino también de la del saber estar, la de afrontar los momentos difíciles con las mismas dosis de calma que de movilización.

En la isla víctima del fuego, supermercados, restaurantes, bares, particulares y asociaciones de todo tipo cargaron furgonetas y camiones para abastecer y mimar a los miles de desplazados, personas provenientes de numerosos rincones de las Islas e incluso de otros puntos de España. Cientos de voluntarios, simples vecinos de las localidades más próximas, arramblaron con su esfuerzo para acoger a los damnificados en pabellones, instalaciones deportivas e incluso en casas rurales. Se abrieron las puertas y ventanas de las casas de par en par.

Trabajadores municipales, concejales y alcaldes, en este o en cualquier otro orden, se coordinaron con sus iguales de todas las localidades para, de repente, convertir Gran Canaria en un único organismo por el que fluye el ánimo de la ayuda y la logística. Un esfuerzo que, en línea ascendente, también incumbe al Cabildo de Gran Canaria y al Gobierno de Canarias, y al Cabildo de Tenerife, que han sido capaces de aglutinar, junto con el Gobierno de España, el mayor dispositivo jamás visto en el Archipiélago, creando un auténtico y lubricado ejército para combatir las llamas.

El área en guerra, más de 12.000 hectáreas que afectan a un sinnúmero de áreas protegidas que esconden buena parte de los mayores tesoros de los endemismos de Canarias en una orografía tan bella como endemoniada, pusieron a prueba el elevado nivel de unos equipos representados en este episodio por un Federico Grillo, responsable técnico de la lucha contra el incendio, que ha sabido transmitir a la población la envergadura de la catástrofe sin rodeos ni metáforas, para otorgarle a los miles de profesionales que han participado en el operativo de una dignidad y respeto nunca antes vistos en casos similares.

Ejemplo de ello son los propios testimonios de unos bomberos sorprendidos durante el fragor de la batalla por no poder pagar ni una consumición si en el establecimiento se encontraban con algún vecino, o porque los propios propietarios se negaban a cobrarles. O las muestras de agradecimiento durante sus traslados en plena acción con otros conductores que hacían sonar sus vehículos o que gritaban a viva voz para darles ánimos.

El propio piloto de uno de los aviones anfibios describía ese sentimiento, que jamás había experimentado en su carrera profesional. El de ver a los isleños aplaudiendo en sus rasantes en las tomas de agua o colocando enormes 'gracias' pintadas sobre sábanas en las azoteas.

Ha sido el triunfo del esfuerzo y de la solidaridad. El inicio de las llamas encogió el corazón de todos los canarios y el empuje, el ánimo y la cooperación han dado sus frutos: el fuego está controlado. Las ocho islas, las que portarán hoy en el Heliodoro las camisetas de los futbolistas del CD Tenerife, lo explican bien: "Todos con Gran Canaria", reza el lema central. Así es.