En una de esas mañaneras y tertulianas caminatas de agosto por la playa de EL Médano, un adicto diario del paseo, mi querido amigo de la infancia granadillera Antonio Eusebio Martín Casanova, que iba para médico estudiando en Salamanca (pero que el frío castellano de las pensiones de los estudiantes salmantinos le aconsejó cambiar la bata y el fonendo por la calidez de la tiza y la pizarra como profesor de letras, donde fue muy brillante), al pasar por unas rocas, me dice: "esta es la peña María". "Pues me parece bien", le dije, encogiéndome de hombros. "Pues que sepas que el nombre de Leocadio Machado que lleva una parte de la playa de El Médano es el de un profesor de Náutica, pedagogo y escritor, que en 1925 publicó una novela, El loco de la playa, y si te portas bien y me invitas a una caña en Casa Fefo, te la puedo conseguir, pues ya no está disponible en librerías". "Hecho", le contesté.

La novela, publicada por la imprenta de La Prensa, relata la llegada a El Médano de un médico, don Luis Gilpérez, y de su hija María, en un barco procedente del muelle de Santa Cruz de Tenerife, lo que solían hacer todos los veranos a pesar de las dificultades que sufrían sorteando oleajes y vientos hasta desembarcar y llegar a la única fonda que entonces tenía El Médano, La morenita, gestionada por una sirvienta que a duras penas podía atender a todos los pasajeros, advirtiéndole a don Luis, nada más llegar, de la presencia de un hombre desconocido que pasaba los días y las noches entre Bocinegro y Montaña Roja, hablando solo y gritándole al mar, al que llamaban el loco de la playa, que tenía atemorizados a sus pocos habitantes.

Tras dejar el equipaje, don Luis y su hija salieron a pasear por la playa, pasando por delante de una roca que llamó la atención de María, y sobre la que don Luis le contó que había oído de unos pescadores que muchos años atrás vivieron en Granadilla los amantes Juan y María, él embarcó hacia América en busca de fortuna, y ella juró esperarle hasta su regreso, aguardándole muchos años, pero de él nunca más se supo. Se la veía sola cada día, sentada en la playa, mirando al mar, hasta quedarse muda y cada vez más triste y escuálida, desapareciendo. Para unos se había unido en el mar con los restos de su amante, y para otros se convirtió en una roca, Peña María, antes inexistente. En ese momento, María, asustada, señaló a su padre la silueta de un hombre brincando entre las montañas de Bocinegro y Montaña Roja.

Una mañana que don Luis regresaba de pescar en La Tejita, reconoció a ese hombre sentado sobre una piedra con su mirada perdida en el horizonte, y tras saludarlo, con la excusa de atarse las alpargatas, se sentó a su lado, y tras identificarse como médico, comentó lo saludable que era caminar descalzo sobre la arena, a lo que el loco contestó que también era médico, y lo había sido en Vilaflor, pero que el mar, como poderoso imán, lo atrajo a El Médano como a una barra de acero, y ya no lo dejó marchar.

Leocadio Machado, fallecido en 1947, supo entender el seco y árido Sur de Tenerife, el de los camellos y la playa donde vivió el personaje de su novela, el loco de la playa, convertido en frecuentes tema de conversación entre las gentes de El Médano y sus fieles veraneantes, tanto que inspiró a la Parranda Chasnera la creación de un espectáculo teatral donde el amor, la distancia y un final inesperado son cuestiones no ajenas a los sufridos emigrantes canarios. Desconozco si la expresión locoplaya, recogida en el Diccionario Básico de Canarismos de la Real Academia Canaria de la Lengua, tiene algo que ver con el protagonista de la novela de Leocadio Machado, pero, en todo caso, mucho mérito sí que tiene haberla escrito. Pero, ¿quién fue realmente el loco de la playa?

*Doctor en Medicina y Cirugía

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