Del escalofrío por el horror a la emoción ante la solidaridad de la gente normal, una multitud indefensa ante la amenaza real y diaria de los sectarismos raciales, sociales, culturales y políticos, en algunos casos alentados por fuerzas peligrosas que se aprovechan y abusan de las garantías de la democracia.

Ocurrió en El Paso, en el sureño estado de Texas, y se resume en la irrupción en un supermercado de Patrick Crusius, sin antecedentes penales, que ametralló a clientes y empleados con un rifle de asalto AK-47. Se conoció a la vez la identidad del asesino -un joven de veintiún años, supremacista blanco y declarado, que colgó previamente un manifiesto en 8chan.net, el foro más popular de la ultraderecha en Estados Unidos- y el número de sus víctimas, veinte muertos en el acto y veintiséis heridos, diez de ellos de extrema gravedad.

En su aberrante escrito, Crusius mostró su entusiasta apoyo al homicida de medio centenar de personas en la mezquita neozelandesa de Christchurch y justificó su crimen "como la respuesta a la invasión hispana de Texas. Ellos, los inmigrantes, son los instigadores, no yo". Fue detenido sin resistencia y, en ningún momento, mostró arrepentimiento alguno por la matanza premeditada porque, además de su abyecto anuncio, entró en la superficie comercial con ropa de camuflaje y gafas y casco para protegerse del sonido de los disparos. Es un admirador rendido del excéntrico Trump, que comentó y lamentó la tragedia pero se ahorró calificativos por miedo a entrar en el latente debate sobre la posesión de armas y a enfrentarse con la poderosa Asociación Nacional del Rifle, fundada en 1871, y calificada como poderosa herramienta electoral del Partido Republicano.

El monstruoso crimen de odio tuvo un epílogo solidario en el sepelio de Margie Reckard, de sesenta y tres años. Antonio Basco, su esposo, pidió a la funeraria un acto íntimo porque no tenía familiares, amigos ni conocidos a quienes convocar. La empresa publicó un mensaje en Facebook y miles de tejanos acudieron a un funeral sin precedentes en la ciudad fronteriza; las ofrendas florales llegaron de toda la Unión y aún de países extranjeros y, en suma, la barbarie tuvo un humanitario epílogo y el viudo, un emigrante con mínimos recursos, recibió el pésame de una multitud y despidió en cálida compañía a su mujer.