En el Congreso de los Diputados, y en cada Parlamento autonómico de España, existe el Salón de los Pasos Perdidos. Una estancia alfombrada, con sillones y butacas, que normalmente divide las dos alas del edificio. Me imagino que Gustavo Matos, flamante presidente del Parlamento canario, habrá cruzado por él cientos de veces en estos días, pensando cómo va a gestionar ese arco parlamentario de locos.

Yo lo crucé un día con mis cosas, para irme y no volver después de cuatro años trabajando allí, y volví. Y recorrí de vuelta los pasos perdidos. Los que das, pero puedes volver a recorrer. En el Salón de los Pasos Perdidos se cuece todo. Allí he visto reír y llorar. Lo que no ocurre en el Salón de Plenos, tiene lugar allí. Miradas cruzadas, secretos a medias, conspiraciones y hasta mociones de censura inspiradas en el infinito y más allá. Y hasta cariño y amor puro pude ver por allí.

En esta Legislatura el Salón de los Pasos Perdidos va a volverse loco. Tiene diez diputados más. Me cuentan que los nuevos ya han pasado por allí a santiguarse. Alguna de las lámparas ya han puesto las orejas a ver qué dicen sus Señorías. Los sillones tienen miedo de las posaderas de diputados orondos. Es el Salón de los Pasos Perdidos. El que todos recorren al entrar al Parlamento. Porque en el Parlamento se entra, pero nunca se sabe cómo se sale.