Pienso en la familia Pujol, tan unida por la riqueza, tan solidaria, tan patriota, seguramente tan católica. El dinero es un generador de valores. Luego pienso en mi padre, pobre, toda la vida luchando para llegar a fin de mes. El fin de mes era una costa que había que alcanzar doce veces al año. A veces se llegaba a ella con síntomas de asfixia, con señales de hipotermia, con fiebre. Tuvo el hombre la ilusión de regalarme por Reyes una bicicleta que no llegó jamás. Se murió con esa pena. ¿Qué se regalaban los Pujol en los cumpleaños? ¿Cómo se es por dentro cuando no hay cosa que no puedas regalar a tus hijos, incluida una vida gratis total? Mi padre se dormía sentado, sin necesidad de apoyar la cabeza en ningún sitio. Había aprendido a mantenerse despierto dentro del sueño y de ese modo controlaba sus músculos. Y sus sueños, supongo yo. Era un artista de la vigilia.

Controlaba sus sueños.

La familia Pujol tuvo que dejar de soñar en algún momento, quizá a los diez millones de euros, a los veinte, a los cuarenta, ¿cómo saberlo? ¿Qué pensaban comprarse con esa fortuna, con esas fortunas? Cuando la patria le permitía a Pujol padre acercarse al colegio sus hijos para llevarlos de vuelta a casa, salía el director (o la directora) a saludarle, quizá con la esperanza de una donación para la mejora de las instalaciones del gimnasio. No me imagino a aquel hombre donando. Lo veíamos todos los días, porque había adquirido una habilidad asombrosa para salir en los telediarios, y repartía unas declaraciones como el que da una limosna a la salida de la iglesia. O sea, que un poco sí donaba, aunque por lo general decía con mucha gracia aquello de "hoy no toca" como el que se palpa los bolsillos por afuera para indicar al indigente de turno que no se lleva suelto.

Los Pujol iban a misa, pero ahora no sabríamos decir si eran catalanes católicos o católicos catalanes. La madre tenía mucho carácter, todavía lo tiene. Cuando empezaron a salir a la luz pública los millones con la fuerza con la que el petróleo surge de las entrañas de la tierra, amenazaba con el puño a las cámaras de la tele. Decía tacos. El caso es que no dejan de aparecer millones, unas veces en Andorra; otras, en Suiza. Todos robados (digamos que presuntamente) a la patria. ¡Qué mundo!