Se podría decir que el conejo nos está derriscando la perra. Canarias ha basado su modo de vida en dos actividades de éxito muy relacionadas con la ganadería aborigen: ordeñar a Madrid sacándole todos los fondos posibles y ordeñar a los millones de turistas que nos visitan gracias a las dos cosas que no hemos podido estropear todavía: el clima y el mar que baña nuestras costas. En estos momentos estas dos florecientes actividades van camino de pegarse un monumental estampido.

España vive en la inestabilidad política permanente como consecuencia de un sistema de partidos políticos liderados por filibusteros demoscópicos de vuelo gallináceo, interesados únicamente en su prevalencia electoral e incapaces de acordar sobre los graves problemas de la sociedad a la que en teoría sirven. El actual Gobierno vive en la absoluta provisionalidad, ocupado en los gestos y fastos que preparan unas nuevas elecciones para noviembre: las cuartas en cuatro años. Y la vida pública sigue polarizada en las demagogias que se han convertido en la manera de ser y de estar de una clase política en permanente campaña electoral.

La Unión Europea avanza como una locomotora desbocada hacia el proceso de ruptura más grave de su historia, con la salida de Gran Bretaña. El presidente Trump, ese esquizofrénico populista compulsivo que gobierna la nación más poderosa del mundo, quiere formar una alianza con su vieja madre patria, para debilitar el mercado europeo. Italia está al borde del desastre, gobernada por los extremistas de derecha y de izquierda y con las cuentas al borde del infarto. Y la economía de Alemania parece haber entrado en una zona de enfriamiento acelerado, al borde de la recesión.

Se decía antes que un estornudo en Berlín producía una gripe en Canarias. ¿Y qué pasa cuando es un infarto? El turismo en Canarias, la gallina de los huevos de oro para algunos y de la sopa de plumas para otros, está encendiendo las luces de alarma del cuadro de mandos de nuestra economía. El turismo alemán desciende. El número de plazas aéreas disponibles con las Islas está gravemente amenazado. Hay empresas que están ejecutando planes de contingencia para el brexit que nos afectan y los países competidores del Mediterráneo bajan precios y recuperan mercado.

Si la manguera de los fondos del Estado sigue cerrada y los ingresos por turismo descienden, nos abismamos a una tormenta perfecta que afectará los dos pilares en los que basamos nuestra frágil prosperidad. Y no estará en nuestras manos evitarlo, porque nos enfrentamos a sucesos que nos trascienden. Esto no va de que hagamos más promoción de las excelencias de Canarias, que nos desgañitemos a gritar que somos el destino más seguro o que nos plantemos en Madrid con el cuento del abuelo Cebolleta de nuestros centenarios derechos de limosneo ultraperiférico. Bruselas y Madrid no van a tener, en los próximos meses, el moño para farolillos.

Esto no es el apocalipsis. De las crisis se sale, como hemos aprendido dolorosamente. Pero podemos llevarnos un meneo de los que no se olvidan.