Tras su cita veraniega con el rey, Pedro Sánchez parece encaminarse decididamente a una repetición electoral el próximo mes de noviembre. La lógica de la política actual es la continua preservación del poder y quizás nunca ha sido muy distinta, salvando periodos excepcionales. Es el mundo maquiavélico del relato público y de la demoscopia diaria, del ajuste inmediato de la realidad a las expectativas. La teatralidad impostada rige por encima de la sustancia, de modo que el regateo se ha convertido en la herramienta principal de los gobernantes. Regateo a corto plazo, se entiende, que puede adoptar la fórmula de dormir el partido -táctica Rajoy- o de sorprender con continuas cortinas de humo que desvían la atención -estilo Pedro Sánchez-. Las palabras de Felipe VI fueron en una dirección y los hechos del presidente en otra muy distinta. Es importante percatarse de esta fractura que refleja importantes cambios en la cultura política. Más en los partidos que propiamente en la sociedad española, la cual sigue pidiendo pactos amplios y generosos. Pero las dinámicas que se imponen son otras, en nombre de una estabilidad que no es tal.

Sánchez sueña con reforzar la posición dominante del PSOE en el tablero nacional. Para ello tiene que incrementar el número de sus diputados a costa de sus dos alas: Podemos y Cs. El presidente llegó a la investidura sin apenas negociar, seguramente buscando el choque o la rendición. Sin duda, le sorprendió la jugada de Iglesias al quitarse de la ecuación de ministrables, lo que metía presión a las filas socialistas. Fue una hábil maniobra que sirvió para desenmascarar las estrategias de los políticos de hoy. Aún así persiste la duda de por qué no aceptó Podemos finalmente entrar en el Gobierno, teniendo en cuenta que fuera del Ejecutivo hace más frío que dentro. Incluso en este pesado verano preelectoral.

Por supuesto, el problema es la repetición del escenario. Unos partidos se reforzarán y otros se debilitarán, pero los pactos seguirán siendo ineludibles. ¿Con quién y para qué? ¿Cree Sánchez que unas nuevas elecciones dejarán a la extrema izquierda rendida a sus pies? ¿Cree que los resultados de los nacionalistas serán marcadamente peores? ¿O piensa que podrá vencer la resistencia de Cs si logra eliminar a Albert Rivera? Todo es posible y nada es seguro. Sin embargo, pensar que un retorno matizado al bipartidismo (que es el escenario más probable) resultará suficiente para dotar de estabilidad al Gobierno carece de verosimilitud. Al menos, en principio. La partida de ajedrez se encuentra todavía lejos del jaque final.

Mientras tanto, los problemas se amontonan: judiciales a la espera de la temida sentencia del procès; europeos, con las consecuencias que pueda ocasionar el brexit; económicos, si finalmente empieza una nueva recesión como auguran la rápida caída de los tipos de interés y el frenazo en la producción industrial. Problemas cuya solución no puede recaer en un gobierno en funciones e inactivo. Ni tampoco en un gobierno que confunda el regateo con las reformas a implantar.

España se acerca a la tercera década del siglo con demasiados flancos abiertos. Y el tiempo no corre igual en todos los lugares. A las puertas de la enésima revolución tecnológica, nuestro país llega bien preparado en cuanto a infraestructuras, pero falto de decisión política y sin una dirección clara. Prima la irracionalidad de lo inmediato frente a la solidez del trabajo bien hecho. Lo ineludible en la política es el poder y, no obstante, el poder debe fructificar en la sociedad si queremos que se mantenga en bien de todos.