Los títulos nobiliarios son un atavismo tan anacrónico como la propia monarquía en una sociedad del siglo XXI. La discusión sobre la revocación de los 36 títulos expedidos durante el franquismo nos sumerge en la contradicción de quitar unos pocos cuando deberían desaparecer todos. Lo que pasa es que es una potestad del rey y no de las instituciones políticas. Es un charco muy profundo en el que este Gobierno de Sánchez, tan proclive a los gestos, podría tener la tentación de meterse. Habría que preguntarse si caería también el ducado de Adolfo Suárez, uno de los responsables de que disfrutemos hoy de la democracia en nuestro país, pero también un hijo del régimen franquista en el que desempeñó cargos de responsabilidad. Y arribaríamos también a la cruda realidad de que el rey Juan Carlos fue repuesto en la Jefatura del Estado por el propio dictador. Puestos a anular títulos... En fin. Como si no hubiera otros problemas.