Hace cuatro días, tres vecinos de Las Palmas de Gran Canaria fueron hallados sin vida en la calle, uno de ellos, José Carlos Luján Tensamani, 59 años, que deambulaba de banco en banco arrastrando su cuerpo maltrecho de portal en portal en el tramo de León y Castillo hasta la plaza de la Feria. Los tres estaban indocumentados, pero cuando supe que uno de ellos era asiduo del cruce de León y Castillo y Rabadán no tuve duda de que era José Carlos. Flaco, barbudo, descalzo y acompañado de una caja de vino. Ni pegaba ni robaba, en todo caso discutía cuando algún vecino le quitaba la alfombra roja que lo protegía del frío. Era un hombre culto con quien podías hablar de casi todo, si estaba sobrio. Luego dormía una siesta en la calle o en el portal del BBVA. El primer día de este año amaneció en un portal de la calle Venegas que adornó con luces de colores. Su relación con el alcohol era fiel y la solución era complicada porque la calle era su vida.

El sábado anterior tomó un ron Arehucas a la puerta del restaurante Tertulia en un vaso de plástico. No le dejaban entrar por su mal olor. En la casa de comidas Hermanos García le servían un menú que comía en un banco. Más tarde una vecina abonaba el menú. La madrugada del miércoles falleció en el banco donde solía residir, noche y día inmerso en un proceso de autodestrucción. Un perro abandonado habría sido recogido en un albergue.

Los ciudadanos que viven en las calles son cada vez más. Tanto analizar la realidad y diagnosticar la situación económica y política, y más valdría centrarse en aspectos concretos que atraen la atención de la sociedad, aunque no la movilice. La indiferencia se ha adueñado de los vecinos que conviven con los que se instalan en los portales.