Lo de las fugas de inmigrantes en el centro de internamiento de Hoya Fría comienza a ser preocupante. En menos de tres semanas se han fugado más de treinta internos. Los últimos se mandaron a mudar aprovechando el cambio de turno de la policía. Conozco bien el lugar. Hace quince años hice varios reportajes para televisión, cuando la llegada masiva de pateras a Canarias. Estuve dentro varias veces. Es como una cárcel suavizada, pero alambradas y barrotes no se los quita nadie.

Para estas personas, que vienen de África huyendo de miseria, hambre y muerte, somos solo un lugar de paso. La mayoría no vienen a quedarse aquí. Su destino es el centro y norte de Europa. Se hipotecan con las mafias para venir, y luego acaban recluidos en un centro y con la posibilidad real de ser devueltos a sus países. Todo un plan. Por eso se fugan. Volver al hambre y la miseria, mal asunto.

Pero al menos se pueden fugar y están vivos. Al menos tienen esa posibilidad. Peor es la muerte. Peor es una imagen que sigue atormentando mi cabeza. Ocurrió durante la crisis de las pateras. Año 2006, trabajaba en el Gobierno canario. Me fui con el presidente Adán Martín a Las Galletas. Acababa de llegar un cayuco. Allí estaban, todos muertos, de hambre y frío, acurrucados en un último intento por sobrevivir. Sigo llevando encima aquella imagen y el olor a muerte.