Tratándose de un país comunista, los jerarcas del Gobierno chino han demostrado una percepción admirable de los mecanismos que gobiernan el mercado en condiciones capitalistas. Y, en particular, saben manejar a la perfección las herramientas capaces de burlar las leyes derivadas del concepto de mercado libre que descubrió Adam Smith. Como se sabe, el ilustre filósofo político y economista escocés del siglo XVIII sostuvo que en una situación de mercado con oferta y demanda los precios se ajustan de manera automática a los deseos de quienes comercian.

En teoría esa mano negra que regula de forma automática las cotizaciones del mercado funcionaría incluso en una economía no monetaria, de simple intercambio de bienes y servicios. Pero es la moneda la que presta al mercado su mayor funcionalidad, permitiendo que aparezca una nueva mercancía: la del propio dinero. Ni que decir tiene que la aparición del mundo de las finanzas eleva la complejidad de forma exponencial. Cuentan los historiadores que fue una operación financiera -la de la llegada masiva de oro desde el Nuevo Mundo- la que derribó el Imperio de Carlos I y Felipe II en España. Pero cuando se constatan los peligros de fenómenos como los de la inflación, deflación o estanflación, y se intenta evitarlos haciendo desaparecer la mano negra del control monetario para tomar decisiones encaminadas a que se fije desde arriba el valor de una determinada divisa, aparecen otros peligros bastante más serios.

Ha sido una modificación artificial del valor del yuan chino, devaluándolo hasta los valores que tenía hace más de una década, la que ha desatado la tormenta en los mercados financieros. La maniobra del Gobierno chino se ha interpretado desde los Estados Unidos como una declaración de guerra comercial, anticipada por los aranceles que se habían ido imponiendo desde Washington y Beijing pero que alcanza ahora otra dimensión. Porque en el mundo globalizado las consecuencias de cualquier sacudida de este tipo afectan a todos los países, y más aún a los europeos que no pueden reaccionar devaluando sus propias monedas porque no las tienen ni el euro porque no disponen, de forma individual, de medios para hacerlo. Con lo que los europeos nos adentramos por un sendero hasta ahora desconocido, en el que los medios automáticos de compensación del valor de las divisas han dado paso a la manipulación interesada como arma arrojadiza. Con el agravante de que los chinos cuentan con la ventaja de utilizar a la vez el mercado libre y la economía dirigida, un arma muy seria a la hora de entablar la guerra comercial. O la guerra, sin más, porque ¿hay alguna que no tenga su clave económica?