Algo que nos deberían enseñar desde niños es a canalizar nuestra energía.

Al igual que los recursos del planeta, las reservas energéticas que posee nuestro cuerpo no son infinitas.

Cada persona tiene una carga de energía determinada.

Es importante que conozcamos su capacidad y valoremos su diferencia.

La energía también va cambiando a lo largo de la vida. A menudo la gente confunde la vejez con haber hecho una mala gestión de su energía.

Algunas energías parecen no agotarse nunca. Otras son más oscilantes, van y vienen. Algunas, parecen débiles y en cambio son más resistentes a lo largo del tiempo. Hay tantos tipos de energías como personas sobre la tierra.

Pero sin duda si queremos ir a favor de nuestra salud debemos aprender a cuidar de nuestra energía. Y la mejor noticia es que hacerlo, cuidarnos de verdad, también supone cuidar nuestro mundo.

Una buena manera de cuidar la energía vital y mantenerla en buen estado es practicando la no violencia.

La no violencia hacia los demás y también hacia nosotros mismos. Incluimos en ese hacia los demás al planeta en su conjunto con todas sus formas de vida. Formamos parte de un todo indivisible por más que algunos actúen como si fuera lo contrario.

En realidad, si no hay un buen equilibro entre el hombre y el mundo y es evidente que no lo hay, ambos terminarán autodestruyéndose.

De entrada, el hombre debe conseguir un mejor equilibrio entre acción y descanso, entre ruido y silencio. Si el hombre descansa, el planeta también lo hace.

No escuchar lo que uno necesita, hablarse mal ó exigirse más de la cuenta es también una forma de violencia.

Cuando caemos en ello es fácil también transmitirlo a los demás porque en realidad, aunque no queramos reconocerlo, una parte de nosotros está profundamente rabiosa por no hacer mejor las cosas. La rabia, la otra cara de la tristeza, nos lleva a una necesidad desmedida de acción. Y millones de personas que no saben paran son como una invasión de termitas que se comen una casa por dentro.

En su ética, Aristóteles sostuvo que la virtud estaba en el punto medio entre dos extremos. Y curiosamente la aportación del budismo al yoga coincide plenamente con la filosofía clásica en este punto.

El camino medio de Buda. El hombre feliz es aquel que logra un buen equilibrio cuerpo-mente-ecosistema.

En cambio, nuestra sociedad sigue aplaudiendo los extremos y respalda un tipo de violencia que le suele resultar rentable a corto plazo aunque a medio y a largo sea completamente cuestionable.

En el deporte. El caso de algunos deportistas de élite que desde pequeños son entrenados como gladiadores para formar parte de la sociedad del espectáculo.

Estas personas se convierten y veneran como auténticos héroes que los niños deben imitar. Pero luego, muchos reconocen en sus biografías que no respetaron sus límites. Que se lesionaron gravemente y que tuvieron que dejar el deporte por cuestión de supervivencia. Algunos terminan practicando yoga para curar sus lesiones y recuperar su centro.

El deporte no sería el problema. Es bueno practicar deporte. El problema es llevarlo al extremo y pretender convertirlo en un espectáculo.

La inacción o el mirar hacia otro lado sabiendo que hay un grave problema. Una crisis humanitaria o una guerra. Esto también es un tipo de violencia que ejercemos a diario.

Es evidente que en Europa no cabe toda África. Nadie desea una invasión que sería absolutamente insostenible pero lo mínimo que podemos hacer es garantizar la seguridad de las personas que se lanzan al mar.

¿De veras no hay puerto seguro para las 121 personas que llevan siete días en el Open Arms?

Debemos salvar la vida de las personas y también exigir a los gobiernos que regulen bien la entrada y salida de la gente.

Las operaciones estéticas. Conseguir un cuerpo tipo cómic se ha puesto de moda. Y algunos médicos se enriquecen sin tapujos a costa de ello.

La estética debería estar para casos graves pero no para satisfacer la vanidad enfermiza de la gente.

Hay personas que más que una operación lo que necesitan es ir a terapia.

El maltrato animal. Por fin se reconoce que la industria cárnica no solo denigra los derechos de los animales sino que va contra la salud de las personas y contra la salud del planeta.

Practicar la no violencia para con los animales es ya una urgencia medioambiental.

La ingesta de carne debe reducirse. No desaparecer del todo pero sí hacer un consumo responsable de la misma y mejorar nuestra dieta aumentando la ingesta de vegetales.

Si queremos que nuestra sociedad deje de aplaudir la violencia debemos releer y retomar la ética de la filosofía clásica. Empezar por uno mismo. Es fácil encontrar el punto medio de equilibrio entre los extremos. Y si lo perdemos, simplemente volver a recuperarlo las veces que haga falta.