Se aprestaba, guitarra en mano, a viajar de Madrid a Évora, donde en la plaza de aquella localidad portuguesa aguardaban oír su voz y su palabra. Luis Pastor Rodríguez (Berzocana, Cáceres, 1952) es un cantautor español: especie en peligro de extinción.

Fue monaguillo y hasta cantó el Cara al sol, ¿no?

Sí, sí. Lo canté hasta los ocho años en la escuela. Y fui monaguillo de hábito y campanilla en mano, de los que se sabía la misa entera en latín (Comienza a recitar el Padrenuestro).

¿De niño era un Joselito?

Claro. Entonaba bonito. En aquellos años, hablo de la década de los 50, la iglesia ejercía un papel importante en la difusión y también en el contenido de la música.

¿El extremeño es un emigrante condenado al infierno de los trenes?

En este siglo, las nuevas generaciones han vuelto a los trenes, pero no a las condiciones aquellas, cuando íbamos con nuestros padres metidos entre los muebles en los camiones. La de ahora es una emigración más preparada, pero no por eso les han dado mejor destino. Los trabajos que no quieren hacer en Londres los han ido a cubrir nuestros hijos en los últimos años.

¿Y Vallecas representa su patria, su bandera, su piel?

En aquellos años, sí. Ahora no lo sabría decir. Formaba parte de los sueños y las utopías. La reivindicación de los jóvenes vallecanos rojillos era Vallecas, puerto de mar e independiente. La independencia, imposible, y al menos en julio se representa una batalla naval en honor a la virgen del Carmen.

Se presenta a un programa de radio y canta España mi embajadora de Manolo Escobar. ¡Vaya tela!

(Tararea la canción). Fue lo máximo de mi vida. Debió ser mi concierto más alucinante. Un niño de 13 años que se lo hizo todo solo; ir a comprar la partitura a la Carrera de San Jerónimo, la primera vez que salía solo por Madrid. Cuando llegué a la radio, tarde, me lancé y sin ensayar nada canté.

¿Es verdad que la primera guitarra le costó 600 pelas?

Vendí la bandurria que me habían regalado los reyes Magos a los 13 años y con 100 pesetas más, de la paga, me hice con mi primera guitarra.

Y desde entonces se convirtió en compañera y amante.

Ha sido la fiel compañera desde esos años de mi vida. Sobre todo porque me ofrece la posibilidad de crear, de componer. Y está el timple, que también me acompaña. Ellas, las guitarras, me orientaron en la vida. Yo caminaba paralelo entre el cantante que ya no era, estaba aprendiendo a ser otro, y el joven militante obrero, de base, que peleaba, luchaba y tomaba conciencia. Por entonces todo estaba unido.

¿Qué representó aquel LP de Paco Ibáñez?

Descubrí poetas que no había leído y se convirtió en referente. Esa influencia está presente en mi disco Fidelidad, de 1975, en los giros melódicos, en los medios tonos, los guiños al folclore y al flamenco, en la forma de engolar la voz...

Ya hablaba entonces de tres censuras: para cantar, grabar y radiar, y las consideraba castrantes.

Era castrante, claro, pero no lo conseguían del todo. Aprendimos a burlar la censura y a colarles goles. Al mismo tiempo aquello tenía su swing. Había que ingeniárselas para que las letras se pudiesen colar. Recuerdo la canción de Goytisolo que nunca grabé y que me costó una paliza de la Guardia Civil, aquella de por mi mala cabeza...

¿Esa represión perseguía la voz y la palabra?

Sobre todo la palabra. Ahora existen más altavoces y no pueden abarcarlos. Recuerdo en Logroño cómo al cuarto tema se levantaron dos de la Social y gritaron: ¡Esto se acabó! A los cinco minutos aparecieron los antidisturbios pegando. Nos llevaron a comisaría, la gente de izquierdas se echó a la calle y a las cuatro de la madrugada nos soltaron.

En 1977 aseguró que por mucho que lo llamaran, Franco estaba enterrado y no iba a levantarse.

Ahora lo cuento como anécdota. ¡Qué ingenuo fui! Recuerdo cuando los fachas de Fuerza Nueva pintaban ¡Franco resucita! Creo que lo resucitó Aznar en su segundo mandato. Y en estos momentos, los destetados del PP, esos de Vox, ya cansados de ser gaviotas, están marcando el paso.

¿Es en el periodo de la transición cuando Luis Pastor vive y siente el desencanto?

Sí. Yo y toda mi generación. Recuerdo a muchos compañeros comprometidos que de la noche a la mañana se quedaron huérfanos: nos habían quitado de los pies la alfombra que sustentaba nuestras verdades. Empezamos a descreer... Y llegó el desencanto político. Fue impactante para mí, tanto es así que me retiré. Creo que hice bien. Necesitaba reflexionar. Acudí a clases de canto, empecé a escribir...

¿Y cómo traduce la prohibición de cantar con su hijo Pedro en Aravaca?

Más allá del hecho en sí aquello era un aviso de lo que está sucediendo, que ya venían haciendo en Andalucía y que los fascistas repetirán donde gobiernen.

¿De vuelta a la trinchera?

Nunca la he abandonado. Como dicen mis versos: Aquí seguimos cada uno en su trinchera haciendo de la poesía nuestro pan de cada día. Y es verdad que en estos años, pese a muchos vaivenes de la moda y los gustos musicales, he seguido erre que erre siendo el cautautor que nació en los 60. No he abandonado el discurso, ni la capacidad crítica, reflexiva y de pensamiento. No abandono la idea de que la poesía toque el alma de las personas.

Y cuando se mira en su hijo Pedro, ¿qué ve?

Veo a un joven valiente, un adolescente que con 16 años, al igual que yo, enarboló la guitarra y se situó en ese espacio donde la canción no es solo mero entretenimiento sino que intenta aportar algo a la convivencia, a la humanidad...

Se le cae la baba...

Ahora ya menos, porque tiene 24 años, pero con 16 y 17 se me caía la baba. Y viéndolo me trae al recuerdo mis dieciséis años, cuando cantaba y trabajaba; no tenía un padre con libros y guitarra; vivía en una casucha con cinco hermanos; todo lo que fuistes era porque había algo dentro de ti... Y lo digo desde la admiración a mi hijo Pedro, en cómo vive y se cuestiona. He encontrado un compañero de viaje.