No es la primera vez que se publica la noticia. Además del trabajo dado a conocer hace unos días en este diario, hace años que se dejó expresada, por primera vez, la noticia de que el navegante Hernando de Magallanes, en su paso por Tenerife, en su intento de ampliar horizontes en el mundo, además de su estancia en la localidad sureña de Granadilla, visitó otro puerto tinerfeño. Según unos, estuvo en Santa Cruz. Otros, lo sitúan en el puerto de Garachico. Pretendían los navegantes no solo encontrar el modo de solventar detalles relacionados con la alimentación diaria de los hombres que casi iniciaban su periplo, sino también encontrar importantes cantidades de brea, una sustancia que, como ustedes saben, suele emplearse en calafatear embarcaciones cuando se ha producido en ellas alguna grieta más o menos preocupante. Y ya saben también ustedes que, antes de la erupción volcánica de 1706, los árboles en Garachico llegaban hasta la orilla del mar. Y habría que tener en cuenta, además, otro detalle: el puerto de Garachico era entonces (siglos XVI y XVII) el más importante de la Isla. Lo han afirmado así varios historiadores, entre ellos mi admirado amigo Agustín Guimerá Ravina.

Pero no es la duda a la hora de inclinarme por un puerto o por otro lo que me ha llevado a escribir hoy este pequeño trabajo. Quiero referirme, y ya lo he dejado expresado en el título, a mis prisas. A mis inexplicables prisas. Ocurrió, amigos, que el entonces alcalde de Garachico, Lorenzo Dorta, me pidió (por mi condición de concejal de Cultura) que le ofreciera al Consistorio municipal un listado de nombres -garachiquenses o forasteros, pero importantes por su trayectoria- con los que dar la mejor denominación posible a ciertas calles del municipio, tanto en el casco urbano como en algunos barrios, y que se conocían entonces con nombres poco gratos: callejón de la Carnicería, callejón de señor Isaac, camino de la Marea, subida al Lamero..., (Si mi memoria no me es infiel, esto ocurría en marzo de 1970).

Cumplí el encargo del alcalde y ofrecí varios nombres a mis compañeros de Consistorio para solucionar el problema: Martín de Andujar, Blas García Ravelo, Alonso de la Raya (escultores los tres), Juan Perdomo (introductor de la variolización en Venezuela), Pedro de Ponte Llerena (conde del Palmar), Doctor Fleming, Walt Disney... y Hernando de Magallanes. Este último -creo haberlo dejado ya expresado de algún modo- por la creencia absoluta de su estancia en este municipio. Tal calle enlaza desde entonces la carretera Icod-Buenavista con el cementerio de Santo Tomás de Villanueva, el principal de la Villa y Puerto. (Digo cementerio principal porque existe otro, el de Santa Isabel de Hungría) en el barrio de San Juan del Reparo y un tercero, que las monjas concepcionistas tienen en su edificio conventual.

Vuelvo al asunto Magallanes para dejar aquí mi deseo de que su nombre no sea suprimido nunca del lugar en que lo dejamos expuesto hace medio siglo. Porque, de todos modos, Magallanes merece que su recuerdo esté siempre presente acá y allá. Dejémoslo, pues, estar en el lugar que ocupa actualmente su nombre.

Finalizo pidiendo disculpas a los lectores y a los vecinos de nuestro municipio por dejarme llevar, en su momento, por esas prisas, en lugar de esperar a que los historiadores nos dieran la noticia debidamente confirmada. Ha transcurrido, desde entonces, casi medio siglo, porque (como ya dejé expresado) fue allá por los comienzos de los años 70 del pasado siglo cuando mis prisas me envalentonaron. Ya sé que las prisas no son buenas en este asunto, ni en el otro, ni en el de más allá. Pero así se hicieron entonces las cosas y no hay que darles más vueltas.

Eso, al menos, pienso yo.