Mientras escribo esta columna, tengo a la vista las fotos publicadas en el Facebook de la Asociación Española Contra el Cáncer, Junta de Santa Cruz de Tenerife, de los niños y adolescentes que acaban de regresar de las Colonias de Verano que, desde hace 20 años y de forma gratuita, desarrolla la AECC en el Valle de Arán.

Allí, en un lugar idílico, llevan a cabo las actividades que, con esmero y dedicación, han organizado para ellos los monitores, con la ayuda de los diligentes voluntarios, en una inolvidable semana repleta de emociones: paseos a caballo, rafting, tirolinas, acampada en un refugio cerca de un lago?

Constituyen, junto a las Colonias de Invierno, que tienen lugar en el Sur de Tenerife (con paseos en kayak, avistamientos, snorkel, parques acuáticos?) la primera semana de diciembre y con alojamiento en el magnífico hotel Paradise Park, dos oportunidades únicas para normalizar la enfermedad, conocer a otros niños y jóvenes en la misma situación, en un contexto positivo de recreo y diversión, compartir vivencias y experiencias relacionadas con el proceso oncológico y fomentar el sentimiento de pertenencia y de que no están solos. Uno de los jóvenes definió sus propios sentimientos como "aquí, me olvido de lo que vivo día a día en el hospital, me devuelve las ganas, la ilusión, la sonrisa"?

Estas fotos hablan sin palabras de lo que puede significar la posibilidad de nuevas amistades, de retos a superar? en una de visita a una iglesia románica, en otra montando a caballo, en la siguiente bien protegidos con cascos y chalecos-salvavidas disfrutando en lanchas por los rápidos de un río? y mucho más. Pero las dos que más me han llamado la atención no tienen nada que ver con la esencia de esta especie de aventura. Una la forman un grupo de los mayores, sentados en círculo sobre la hierba, charlando al caer la tarde. No se les ve los rostros porque está tomada desde arriba pero sí se presiente el sosiego de las formas, la atención en la conversación, ese momento que, aunque nunca volverá a pasar, permanecerá en el recuerdo de todos ellos. Son chicos y chicas inmersos en la realidad de lo que puede ser su vida, lejos del foco alborotado de la enfermedad y de sus muchas circunstancias. En otra, aparecen dos de las tres profesionales que viajaron como acompañantes (Sara, Amarantha y Ainhoa), antes de un ascenso en tirolina, debidamente pertrechadas con el equipamiento de seguridad y donde parece que compartan la misma ilusión, la misma determinación y hasta la misma sonrisa. Quizás por ello me inspiran tanta confianza y hacen comprensible la satisfacción que muestran las familias con este programa. Como le escribió a la AECC el padre de un participante peninsular de la última edición del Sur, "mi hijo regresa dejando ahí un pedacito de corazón con vosotros y con sus compañeros. Gracias y que la vida siempre os sonría".