A los problemas, como a los toros, hay que agarrarlos por los cuernos, más que nada para que no te empitonen. El nuevo consejero de Obras Públicas del Gobierno de Canarias, Sebastián Franquis, tiene la mili hecha y se le nota. Por eso, como el flautista de Hamelín, se ha llevado al lego a los empresarios de la construcción de Tenerife. Con el dulce sonido de sinceras promesas y compromisos los ha pacificado y ha ganado tiempo para meterle mano al peliagudo problema de las carreteras de la Isla.

Algo tenía que hacer y ha sido rápido. Porque es un hecho que las obras de la carretera de La Aldea, en Gran Canaria, van a empezar dentro de muy poco. Y eso podría sentar como un tiro de escopeta en una isla como la nuestra, donde las colas y los atascos han abonado tanta demagogia política en la pasada campaña electoral. El consejero se apunta un primer tanto, porque con esa reunión y su diálogo ha desactivado la crispación antes de que se produzca.

La gran obra de Tenerife, la del cierre del anillo insular, está pendiente de una de esas situaciones creadas por la incompetencia y la ceguera de la burocracia. Los técnicos de la Consejería de Obras Públicas estimaron que la ejecución de esta obra estaba en torno a los trescientos millones de euros. Pero al concurso se presentó una empresa que asegura estar dispuesta a hacer el proyecto por un poco más de doscientos. Y como es natural -aunque sea muy antinatural- la mesa adjudicó a esa oferta barata e increíble. Lo que ha provocado una reclamación de las demás empresas licitantes, que consideran que hay gato encerrado y que no es viable ejecutar un proyecto con esa reducción presupuestaria.

Esas bajas, que luego se arreglan con reformados sobrevenidos o acaban haciendo los pilares de sustentación de cartón piedra, son un escándalo. A los ingenieros y técnicos de la administración habría que echarles a la calle porque no dan ni una en los cálculos de las obras públicas. O eso o resulta que tienen razón y que las obras se hacen fatal, con calidades impresentables y salarios de miseria a los trabajadores. Pero eso, en Canarias, es un asunto lamentable y recurrente que, por lo visto, no tiene remedio.

Franquis se ha metido a los empresarios de la construcción en el bolsillo. Al menos de momento. Porque estos chutes de confianza suelen tener una fecha de caducidad muy corta. Pero ha ganado tiempo con pericia política. Con los grandes proyectos de carreteras en Tenerife ya no se puede marear la perdiz mucho más. La presión pública que hicieron los socialistas sobre esta materia se ha convertido ahora mismo en un arma de doble filo.

En un Gobierno que ve a la baja sus previsiones de ingresos y al alza los cálculos del gasto de sus promesas sociales, Sebastián Franquis va a tener que hacer milagros con las inversiones en las carreteras. El asfalto pesa menos que la pobreza.