La nueva directora del Instituto de Igualdad de Canarias, Kika Fumero, ha sugerido que se revise la conveniencia de los concursos de bellezas -masculinos, pero sobre todo femeninos, porque son los mayoritarios- que suelen celebrarse en muchos festejos locales a lo largo y ancho de Canarias. Fumero ha sido respetuosa y prudente porque, en ningún caso, anuncia acciones punitivas o pronuncia condenas fulminantes: simplemente hace y pide una reflexión sobre los valores que expresan los concursos de belleza. Y es una sugerencia interesante. La valoración que realiza Fumero, por su parte, se atiene a la actitud tradicional y a la terminología convencional del feminismo: uno sospecha que las convicciones personales de la directora son mucho más duras, y que ha optado por un mensaje de pretensiones pedagógicas. Los concursos de belleza suponen una cosificación de la mujer, una mercantilización de la condición femenina, una hipersexualización de jóvenes y adolescentes que no puede tolerar una sociedad democrática basada en los principios de igualdad y en la dignidad de todos, no en un discurso de dominación simbólica de una ideología machista. Porque los concursos tienen ideología y etcétera.

Kika Fumero, por supuesto, también tiene su ideología, y eso es elemental y el primer síntoma de que las cosas son un poco más complejas. Es perfectamente posible preservar los derechos y la dignidad de las mujeres sin ninguna necesidad de condenar moralmente la belleza, y lo mismo ocurre con los hombres, por supuesto. En el mundo gay y trans existen exaltaciones -en la literatura, la fotografía, el cine o las artes escénicas- de la belleza física, del cuerpo y de la piel, del deseo y del placer. El escritor y autor teatral Copi, en una de sus comedias, tiene un personaje, una mujer harta de la mala vida, que proclama transgresoramente: "No existe esa estupidez que llaman belleza interior: toda mi belleza es lo que ahora puedes ver y puedes tocar" (años después, una Miss Mundo brindó una respuesta muy parecida a un locutor de televisión). La belleza -por muy prerrafaelista que pueda ser una- jamás es un fenómeno aislado. La belleza suele crecer en un humus entre discutible y vulgar y no es ajena al egoísmo, a la manipulación emocional, a la competencia y a la amargura, a la sordidez y a la mentira. La belleza nunca proviene de una inmaculada concepción.

No es una mala sugerencia, en absoluto, reflexionar sobre los concursos de belleza, pero pensar sobre los mismos no es aplicar un minúsculo aparato conceptual que lleva en sus propios términos una actitud moral derogatoria. Aunque por supuesto existen otras prioridades. La violencia machista (contra mujeres y cada vez más contra homosexuales) y sus asesinatos, el bullyng escolar, las discriminaciones laborales y salariales, el resurgir de valores y comportamientos misóginos y homófobos entre los adolescentes son tareas más urgentes y perentorias que los concursos de belleza, y cabe esperar que una activista con una experiencia tan dilatada como Kika Fumero lo tenga perfectamente claro.