Solo he leído un libro de Boris Johnson: su biografía de Churchill. Es un libro ni breve ni extenso, escrito con cierta gracia expresiva y un talento narrativo modesto, pero indudable. Por supuesto, no se trata exactamente de una biografía, sino de una hagiografía política. El Churchill de Johnson no es únicamente el hombre más importante de la historia de Inglaterra, sino el político más relevante del siglo XX. Salvo la invención de la rueda, el autor le adjudica todas las capacidades, aptitudes y gracias al primer ministro: escritor excepcional, orador genial, pintor muy meritorio, gentil enamorado, aventurero al que no le cabe el corazón en el pecho, historiógrafo fascinante, y lo que quizás es lo más sorprendente, porque supone toda un agresión a la realidad histórica, precursor de la unidad política de Europa y artífice del Estado de Bienestar británico. En todo el libro Johnson acumula una ingente admiración -más exactamente: una entusiasta idolatría- hacia Churchill y queda perfectamente claro -es un subtexto que uno se imagina como un golondrino latiendo en el sobaco del actual premier- que esa es la admiración que el autor persigue para sí mismo, que esa es la gloria incesante e incondicional que necesita, que demanda, que le concede sentido a su carrera profesional.

Boris Johnson no es nada políticamente, más que un político singularmente astuto que se ha construido un personaje para triunfar, a sabiendas que es incapaz de cumplir sus compromisos, a sabiendas, incluso, que si pudiera cumplirlos arrasaría con las clases medias de su país y llevaría a la clase trabajadora a una indigencia universal. Alguien lo describió hace poco como un nihilista perpetuamente sediento de la admiración ajena, y en esa frase lo más importante es el nihilismo. El programa oculto del brexit impulsado por la derecha británica parte de la premisa que, abandonando Europa, y optando por un gran tratado comercial con Estados Unidos, será posible un modelo social definitivamente liberado de esas antiguallas, la democracia representativa, el espíritu crítico, los programas sociales y asistenciales basados en los presupuestos públicos, la fiscalidad progresiva: todo estará al servicio de una plena financiarización de la economía sin malditos corsés politiqueros. No han evaluado el coste de la operación en términos de cohesión social, porque están seguros que podrá ser controlable y, en todo caso, siempre cabe seguir acusando de todo a la UE: la miseria, con un chorrito de nacionalismo victimista, sabe mejor. Johnson es un experto en eludir debates, negarse a precisiones conceptuales o contestar a argumentos racionales. Por supuesto es la emoción la que agita sus cabellos y enciende su retórica incendiaria con perfecto acento de Eton.

Va a llegar hasta el final y pillará a la UE en plena transmisión de poderes. Es impresionante comprobar cómo está a punto de romperse la crisma un país como el Reino Unido y la UE se resigna a un impacto económico y comercial de imprevisibles consecuencias. Y, por supuesto, por aquí abajo, en las ínsulas baratarias, apenas se escucha algún que otro suspiro de lástima temerosa. Más de cinco millones de turistas británicos visitaron Canarias el pasado año. Cerca del 40% del total de turistas extranjeros que llegaron a las Islas. Esto se va a poner al rojo vivo, como los turistas ingleses cuando se quedan dormidos, como si fuéramos nosotros mismos, en la playa.