Aunque la intimidad va desapareciendo poco a poco, sería injusto echar toda la culpa al control del gran hermano y a su afán de saber de nosotros hasta el pensamiento. Igual que cuando se instaura una dictadura suele haber una previa entrega de las libertades por sus usuarios, vamos abandonando la intimidad en la calle, que hoy son sobre todo las redes. Pero también lo hacemos con la mayor desenvoltura (cuando había de ello se decía desvergüenza) en la calle propiamente dicha. Al pasar junto a un banco del paseo, donde una persona habla a voz en grito por el móvil, escucho esto: "... habíamos hablado una sola vez y me pidió que fuéramos a vivir juntos; y eso yo no lo quiero...". Instintivamente acelero el paso, y por estúpido respeto a la intimidad me pierdo la continuación de la historia. ¿Cómo defender un bien -la intimidad- cuando sus dueños no le dan valor? Una guerra perdida, me temo.