Una de las razones del fracaso de la negociación entre el PSOE y Unidas Podemos es que a Pablo Iglesias y a sus devotos no se les entiende. Pedían, por ejemplo, los podemitas un ministerio de Justicia Fiscal que englobaría la recaudación de tributos, la inspección al contribuyente y las apuestas gestionadas por el Estado. Es decir: lo que desde siempre se ha llamado Hacienda. Se conoce que Pedro Sánchez, desconcertado, acudió a expertos en lenguaje jeroglífico. Cuando le informaron de que sus potenciales aliados pretendían hacerse con la gestión de los impuestos sin más que cambiarle el nombre al ministerio, el presidente se negó. Mejor seguir en funciones que quedar sin función alguna, debió de pensar el líder socialdemócrata. Ha de ser difícil negociar con gente perifrástica como la de Podemos, que tiende a llamar "pobreza energética" a los apagones. En su primera comparecencia ante los electores habían llegado a proponer ya que se reconociesen "alternativas monetarias que puedan ser utilizadas localmente en las transacciones efectuadas por particulares en el ámbito de la economía colaborativa". Imposible más claridad de expresión. Esa tendencia al circunloquio los llevó a solicitar esta vez ministerios tan prolijos como el de "Transición Energética, Medio Ambiente y Derechos de los Animales", el de "Derechos Sociales, Igualdad y Economía de los Cuidados" o el de "Ciencia, Innovación, Universidades y Economía Digital". Tan solo les faltó pedir la competencia sobre la Compañía de Coches Cama y de los Grandes Expresos Europeos. Algo habrá influido en tal querencia por el adjetivo y la sobreabundancia de conceptos la admiración que Iglesias profesa -o profesaba- al venezolano Hugo Chávez, que fue un comandante de lenguaje florido en la línea de la ya un poco añosa nueva literatura latinoamericana. De ahí que el socialismo tropical de Caracas alumbrase ministerios de Ecosocialismo y Atención de las Aguas o creaciones tan orwellianas como el Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo. Lógicamente, ese lenguaje barroco -mezcla de realismo mágico y de telenovela- resulta de difícil comprensión en la sobria España castellana. Aquí siempre hemos sido más de Quevedo que de Góngora; y en consecuencia no parece hacedero negociar en menos de 72 horas un gobierno al que los de Iglesias pretendían añadir un paquete de ministerios de siete u ocho palabras cada uno. No había tiempo para atender a tan largos enunciados; y menos aún para descifrar su contenido. Sánchez, que en realidad no tenía el menor deseo de que sus eventuales socios le formasen un bigobierno, optó por dejar fluir la verborrea de Iglesias sin hacerle, por lo que se ha visto, el menor caso. Al líder de Podemos le queda aún una nueva ronda para convencer a su socio, antes de que le caigan encima otras elecciones. Quizá debiera usar en septiembre un lenguaje más escueto y conceptual, para que se le entienda. Aunque lo cierto es que ni siquiera así tiene garantizada una solución habitacional en el Consejo de Ministros.