Pablo Casado resolvió con paciente inteligencia la crisis del liderazgo del PP en Canarias. Sin duda sabía que masacrar a Asier Antona sería excesivo y podía originar desgarros: nada irreparable, pero sí periodísticamente molesto. Fue el mismo Antona el que sugirió como una salida digna el escaño senatorial, lo que se completó con un cargo de segundo nivel en la comisión ejecutiva nacional. Algunos quieren ver al ya expresidente del PP de Canarias como un dirigente celoso de la autonomía de su organización frente a Madrid, pero jamás fue así. Antona, simplemente, heredó una convicción que había sido la de Fernando Fernández y la de José Manuel Soria: CC suponía el principal obstáculo para que el PP dirigiera un día el Gobierno autónomo y pudiera consolidar una mayoría electoral. La centralidad de los coalicioneros lo hacía imposible y cuando el PP, con el líder más sólido de su historia en Canarias, gana las autonómicas del año 2011, con casi 290.000 votos frente a los 225.000 de CC, la tesis queda ratificada a través del pacto entre Paulino Rivero y José Miguel Pérez. No había nada que hacer si el PP no convertía a Coalición es su principal adversario poselectoral, debilitando sus posiciones insulares y locales.

Antona jamás confió en nadie en la dirección del PP de Canarias porque a su ambición no le acompañaba la confianza en sí mismo. Burocratizó los órganos de dirección, redujo al mínimo el debate interno y se negó invariablemente a brindar explicaciones tácticas a sus compañeros sobre lo que hacía y lo que no hacía. Todo lo que le recordaba a Soria le ponía nervioso y por eso practicó la artesanía de la purga o se ausentó del mundo empresarial grancanario, donde el exministro disponía de un conjunto de relaciones privilegiadas y él se sintió siempre incómodo, como un adolescente al que nadie tomaba demasiado en serio. Su principal error consistió en no detectar que para el cambio de ciclo político en Canarias la izquierda podría valerse por sí misma. Por eso llegó incluso a prometer a Patricia Hernández en enero de 2017 que la apoyaría en una moción de censura contra Fernando Clavijo: "Volverás al Gobierno, pero como presidenta". Es realmente sorprendente. ¿De verdad pensaba Antona que el PP rentabilizaría un Gobierno entre el PSOE y NC en 2017?

Siempre fue un político de despacho y conciliábulos solo seguro de su apetito de poder. Tenía hambre, pero las piezas gordas le daban pavor, porque temía perder los dientes, y no le faltaba la razón. Antona, sobre todo, careció de una de las virtudes políticas más necesarias, la paciencia, incluso para vengarse, incluso para cansarse de sí mismo. Respondía mal a la presión, a cualquier presión, y entonces estallaba en cólera, o sudaba copiosamente, o sufría de migrañas. Cuando CC le ofreció la Presidencia del Gobierno autonómico debió sufrir un vértigo terrorífico, y si la rechazó no fue porque le ofrecieran una Presidencia decorativa -"las presidencias solo son decorativas para los que no saben qué hacer con ellas", como dijo un político francés- sino por miedo: por miedo a fracasar, a ser presionado cotidianamente, a caer en trampas cada mañana, a asumir los fracasos de su equipo. Por miedo, en definitiva, a afrontar los riesgos de cualquier líder político. Ahora, en el dulce exilio en el Senado, no correrá ningún riesgo. Probablemente nunca más.