Setenta años sobre las tablas y, por celebradas épocas, ante las cámaras merecen todos los respetos; como su fiel militancia conservadora, que declaró sin complejos, que defendió sin ambages y que, por sinceridad, no le alejaron en el trato cordial y la broma de sus colegas de izquierda de paralela coherencia. El asturiano Arturo Fernández (1929-2019) interrumpió las representaciones de Alta seducción, la última comedia que interpretó junto a Carmen del Valle, en el pasado abril, a causa de la dolencia estomacal que le llevó a la tumba. Pero, genio y figura, poco antes de su ingreso en un hospital madrileño se negó a llevar la función a Cádiz "porque la ciudad estaba gobernada por un alcalde de Podemos" (José María González, Kichi).

Con la muerte del eterno galán, las manifestaciones de pesar y elogio animaron los medios informativos y consolidaron la imagen de un optimista de buena planta y mucha fuerza vital, atribuida "a la buena genética y a la dieta asturiana" que, desde mediado el pasado siglo, entró en el imaginario español para quedarse para siempre. Su buena planta -"conservada hasta ayer" como decía- y sus concretos y celebrados recursos interpretativos le encasillaron en el papel de buen canalla, de simpático vividor, de "pícaro de buen fondo" que explotó con éxito en la transición hacia la deseada democracia y en la democracia más aburrida que ahora nos toca.

Dejó cien títulos, algunos bien colocados en la antología del cine nacional, desde españoladas de cuadro hasta experiencias en el género negro -El crack, de José Luis Garci, con el recordado Landa, que volví a ver en la cinta de VHS y en un rito de fin de semana- y comedias muy estimables como Truhanes, de Miguel Hermoso, junto a Francisco Rabal y Lola Flores, cuyo éxito motivó una década más tarde la producción de una serie que alcanzó una notable cuota de pantalla y que, aún hoy, según compruebo mantienen su frescura.

Entre los muchos elogios al actor asturiano destaca -una paradoja que le hubiera divertido- la evocación que hace de su simpatía y buen talante el líder podemita Pablo Iglesias, que, elegido por su melena, trabajó como extra por cinco mil pesetas. "El Arturo más famoso de España" -los entrecomillados son frases suyas- dejó unas afirmaciones reveladoras que muchos deberíamos asumir como lema: "Me gusta la vida, me gusta mi trabajo; estaré aquí mientras Dios y el público lo quieran".