Han tenido que transcurrir más de tres décadas para que un socialista vuelva a presidir la principal institución de la Isla: el Cabildo. En el Archipiélago canario no hay ninguna otra institución insular con una mayor capacidad de influencia, tanto en la política como en la economía, como la de Tenerife. Con una participación mayoritaria en siete empresas y minoritaria en otras diez, un presupuesto anual de más de mil millones de euros y dos mil empleados públicos el Cabildo es más, mucho más, que una simple Administración local.

El nuevo presidente, el socialista Pedro Martín, tiene ahora en su mano el código maestro que han utilizado los nacionalistas durante los últimos treinta años para consolidar su poder a partir de la cédula que dio origen al surgimiento y desarrollo de la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI).

El Cabildo de Tenerife es la pieza más codiciada y prestigiosa del tablero en el que se mueven los 31 municipios de la Isla. Una vez conquistados los ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y San Cristóbal de La Laguna, dos santuarios de la ATI que ahora están también en poder de los socialistas Patricia Hernández y Luis Yeray Gutiérrez, la institución insular, con Pedro Martín al mando, cierra el triángulo mágico sobre el que sostener y consolidar el nuevo poder del PSOE en la Isla.

Ante este panorama, con un Gobierno de Canarias presidido también por un socialista, Ángel Víctor Torres, y un partido, el PSOE, con un poder inmenso en el Archipiélago , como nunca antes tuvo en la historia autonómica, haría bien Pedro Martín, al menos al principio, en ser prudente. En no dejarse llevar por la euforia desmedida ni por las falsas expectativas. Su primera gran responsabilidad como presidente del Cabildo de Tenerife será la de atemperar las grandes esperanzas depositadas en la enorme transformación de la Isla que se espera durante su mandado. Ni los problemas, como las carreteras, la asistencia hospitalaria, o la vertebración territorial, se resuelven de inmediato, ni hay pócimas mágicas que transformen Tenerife de un día para otro. Sosegar ese estado de ánimo no significa renunciar, ni mucho menos, a ejecutar sus compromisos de gobierno.

Su presencia en la presidencia del Cabildo es ya una sacudida de tal magnitud en el epicentro político y económico de Tenerife que el mayor riesgo inminente que corre es el de defraudar a los miles de ciudadanos que creen que una nueva isla se levantará sobre, así lo entienden, lo que han sido las ruinas que ha dejado el Gobierno de Coalición Canaria en las últimas tres décadas. Ni todo ha sido un desastre ni un nuevo paraíso está por llegar.

Con la generosidad que otorga una mayoría de Gobierno, sin el revanchismo ni maniqueísmo de los incompetentes y acomplejados, ni la venganza de los resentidos, con respeto a las minorías y tolerante con la discrepancia, el nuevo presidente del Cabildo de Tenerife tiene que juzgarse ante sí mismo y ante los ciudadanos con actuaciones que justifiquen su mandato tras la primera moción de censura que se presenta y prospera en los 106 años de historia de la institución insular.

Una moción de censura que triunfó tras un pleno bochornoso. Aunque produce vergüenza ajena más que la estrategia de los nacionalistas -es legítima la motivación jurídica para posponer la sesión por la presunta incompatibilidad de un consejero de Sí Podemos- la táctica -marrullera, sucia y tramposa- tampoco es menos cierto que en la extraña triple entente formada para echar a CC primó más que las afinidades ideológicas y programáticas entre partidos -¿qué semejanzas hay entre Ciudadanos, con dos consejeros acusados por su propio partido de ser unos tránsfugas, y Podemos?- un interés más prosaico y práctico: expulsar a Coalición.

Desalojar a un partido del poder si se cuenta con la mayoría suficiente no deja de ser meritorio en una primera fase al lograr convencerse en número suficiente las fuerzas políticas legitimadas para ejecutar esa operación de que hay razones motivadas para su actuación, pero lo más complicado es que una vez culminada con éxito la iniciativa se consolide esa alianza porque lo único que les une a los conjurados es la coartada de la expulsión pero no la construcción de un proyecto político estable y duradero.

Sobreponerse a estas circunstancias en las que se antepone la inmediatez excitante del desalojo frente a la reflexión planificada de la perdurabilidad requiere cierta perspectiva y mesura para un mandatario que, en este caso, dispone de holgura suficiente, los próximos cuatro años, experiencia y temple para afrontar las carencias que ya ha identificado con claridad en la Isla: la movilidad, la calidad sociosanitaria, la atención a los más desfavorecidos, el cambio climático, la sostenibilidad y la formación laboral.

Las trampas de la vanidad en una institución tan presidencialista como el Cabildo, en las que ya cayeron otros, la práctica de un cierto despotismo en el ejercicio del cargo, en vez de fomentar la confrontación democrática de pareceres, o la imposición absolutista, frente la pluralidad y diversidad ideológica, tienta a los mandatarios ensoberbecidos por los triunfos anhelados.

Cegados por una visión unívoca de la realidad se olvidan de la heterogeneidad, pluralidad y diversidad de una sociedad como la de Tenerife. Hay quienes en el pasado cayeron en estas malas tentaciones. De ahí que adquiera aún más valor si cabe la frase de Pedro Martín a Carlos Alonso tras ser proclamado presidente del Cabildo: "Seguro que nos vamos a entender". Sobre ese generoso principio se tiene que sustentar con acierto el talante con el que Pedro Martín asume sus nuevas responsabilidades. Integrar a todos en un proyecto en común: Tenerife.