Los cronistas de Canarias nos reunimos días atrás en El Hierro y con tal motivo recordamos y homenajeamos a los dos que ha tenido hasta ahora la isla del Meridiano: don Dacio Victoriano Darias Padrón y don José Padrón Machín, y, por haberlos tratado personalmente, me cupo el honor de glosar su personalidad.

Conocí a don Dacio cuando yo, todavía muy joven, empezaba a escribir, en los años cuarenta del siglo pasado, y él era un investigador respetado en el mundillo cultural y social de La Laguna, donde transcurrió más de la mitad de su vida, hasta su fallecimiento en 1960, y a Machín, desde mi incorporación al periódico La Tarde en 1970.

Cuando Machín nació en El Pinar en 1905, don Dacio contaba veinticinco años. Pero ese cuarto de siglo separándolos no se apreciaba en ellos. Don Dacio se cuidaba bien, siempre rasurado, peinado y sin arrugas perceptibles. Sus ojos como de niño grande miraban con irónica distancia el mundo, vueltos más al pasado que al presente, mientras que el rostro de Machín lo poblaban surcos profundos, la huella del tiempo inclemente y las injusticias. Mantenía intacta sin embargo la curiosidad juvenil en la mirada, entre expresiva y escéptica, bajo el alero de unas abundantes cejas canas.

Don Dacio se acicalaba en la lagunera "Peluquería higiénica", la de los caballeros y la curia eclesiástica. Machín poseía en cambio una melena descuidada, una pelambrera hirsuta veteada de grises cayéndole sobre los hombros como sabinas doblegadas por los vientos pero no vencidas. Su vestimenta, a diferencia de la de don Dacio, era la de una persona despreocupada por semejante menester: americana y pantalón de un negruzco color desvaído, camisa sin apenas plancha y corbata oscura; el torpe aliño machadiano. Cuando el democristiano Iñigo Cavero volvió a El Hierro en 1980 con la familia, ahora ministro de Cultura, para que supieran dónde estuvo desterrado por su intervención en el "contubernio" de Munich, como calificó la prensa franquista el IV Congreso del Movimiento Europeo celebrado en la capital bávara en junio de 1962, pronunció un discurso en el que ponderó cuánto había cambiado desde entonces la isla, e hizo esta matización: todo "menos Machín, que sigue con sus mismas ideas socialistas y democráticas y con la misma clase de indumentaria".

Don Dacio y Machín fueron educadores, el primero, además, del segundo desde que la familia de éste se trasladó del pueblo piñero a la villa, buscando el padre, albañil muy competente en su oficio, mejores perspectivas de trabajo y mejor educación para sus hijos. Don Dacio, maestro de enseñanza primaria, abrió escuela en su domicilio de la capital herreña. Ya en Tenerife con el título de profesor mercantil, enseñó en la Escuela Profesional de Comercio de Santa Cruz de Tenerife, y, desde 1949 hasta poco antes de fallecer, en el Seminario diocesano de La Laguna, como profesor de Matemáticas. Machín, en cambio, carecía de titulación académica, pero era un excelente autodidacta. Desde que, siendo un zangalote, le leía los Episodios Nacionales de Galdós a su amigo ciego de nacimiento Gelasio Armas Morales, hijo de su maestro de El Pinar, don Miguel Armas Monteverde, Machín se habituó a la lectura, pasión que mantuvo llameante toda su vida. Era un devorador de libros. Ese sedimento cultural, el poso de saberes, adensados durante sus años en Buenos Aires, le permitió, andando el tiempo, educar con eficacia a numerosas criaturas del entonces olvidado rincón de La Restinga, donde se refugió con los suyos, huyendo después del cúmulo de vejaciones sufrido por su ideario político.

Don Dacio era militar, católico y de derechas, mientras que Machín era agnóstico, anticlerical, republicano y socialista, lo que le acarreó persecuciones y, con el levantamiento, la pérdida del patrimonio familiar y la cárcel. A poco de estallar la contienda, don Dacio vistió de nuevo el uniforme y asumió el mando militar de El Hierro, casi al tiempo en que Machín iniciaba una dramática huida por la abrupta geografía de la isla, guareciéndose en cuevas casi inaccesibles para no ser capturado por los falangistas que se habían adueñado de la situación, encabezados por un bárbaro llamado Bibiana, dispuestos a la escabechina. Pero, como en la canción de Carlos Puebla, llegó el comandante y mandó parar. Don Dacio detuvo aquello. Lo asegura el propio Machín, quien añade que fue don Dacio quien solicitó el puesto para impedir la masacre. Es más: empapeló al tal Bibiana y lo metió en chirona. Gracias a don Dacio, muchos herreños escaparon.

Don Dacio y Machín fueron periodistas de larga trayectoria. El primero, en periódicos de derechas, como el católico Gaceta de Tenerife, de 1910, que dirigió hasta 1919, o el lagunero Las Noticias. Usaba los seudónimos "Armiche" y "Rafael Padrón Espinosa". Con este firmó ¿Cuentos herreños? Conversaciones entre oficiales de las antiguas milicias de Canarias. Cofundó en 1924, con Peraza de Ayala y Ossuna Saviñón, Revista de Historia, más tarde Revista de Historia Canaria. Acaba la guerra civil empezó a colaborar en La Tarde, donde publicó numerosos trabajos sobre el pasado de su isla.

Por su parte, Padrón Machín, que publicó sus primeros artículos, todavía muy joven, en el herreño El Deber (sostenido por la prodigalidad de don Dacio), al regresar en 1931 de su aventura americana fundó en Valverde La Voz del Trabajo como órgano de la Agrupación Socialista Herreña, que dirigió hasta julio de 1934, a la vez que colaboraba en el tinerfeño El Socialista del médico Bèthencourt del Río y en La Voz Obrera y otros periódicos grancanarios de pareja tendencia. Años después de finalizado el conflicto, retomó la corresponsalía de La Tarde en su isla con el seudónimo "Martín Mejías", hasta que creyó disipados los riesgos de nuevas persecuciones y firmó con su nombre y apellidos. Pasados los años empezó a colaborar en El Día con el seudónimo "Daniel Padilla". A partir de entonces se multiplicó. Escribía diariamente para los periódicos insulares, emisoras de radio y en TVE en Canarias desde que comenzó a emitir.

Machín amaba su isla hasta el tuétano del alma. El Hierro fue razón primordial de sus afanes de escritor; un empeño sostenido por mantenerla en el candelero de la actualidad con el pábilo encendido. En tiempos en que la isla parecía condenada a ser invisible, Machín se empeñó en darle visibilidad. Poseía un olfato periodístico poco común. Sabía captar al vuelo la noticia, por minúscula que fuera, y la transformaba en información atractiva. Su capacidad para recrear paisajes, situaciones, alegrías y tristezas, la vida diaria del pueblo herreño, era proverbial. Todo lo recreaba a través de un proceso admirable de ensoñación aquerenciada.

Don Dacio, hombre de su tiempo, no logró desasirse de ciertos resabios decimonónicos. Su tarea de investigador, como la de la mayoría de cuantos trabajaban en su campo en esa época, distaba del rigor científico de la historiografía moderna, que en Canarias tuvo como introductores y maestros a los profesores Serra Ràfols y Agustín Millares Carlo. Machín, con sus limitaciones pero también con sus condiciones de reportero, hizo periodismo moderno, alejado de retóricas trasnochadas. Contaba lo que a la gente le agradaba que contase y lo hacía con una prosa fresca, sencilla y viva. Era maestro en el arte de adobar sus crónicas, todas diferentes, en las que se podía escuchar la voz ronca del mar, el balido de un baifo, el son de unas esquilas, el temblor de las sabinas sacudidas por el viento o el eco de los silencios intactos, porque todo lo tamizaba a través del jarnero de su acendrado amor a la tierra.

Don Dacio V. Darias Padrón fue nombrado cronista oficial de El Hierro en 1918 y don José Padrón Machín en 1981. La isla del Meridiano les reconoció así en vida lo mucho que hicieron en su defensa y en su promoción, con sensibilidades diferentes, las de dos temperamentos contrapuestos de principio a fin, cada uno con sus ideas, ambiciones, sueños y proyectos personales.

Pero más allá de ideologías, de credos personales y de discrepancias políticas, Machín y don Dacio mantuvieron no solo el encendido amor a su isla sino también una estrecha amistad personal. Machín solía visitar a don Dacio con frecuencia en su residencia de San Cristóbal de La Laguna, una casa terrera de la calle de los Álamos, hoy Tabares de Cala; la última vez, cuando faltaban dieciséis días para que falleciera el que había sido su maestro, oponente político y gran amigo.

En tiempos en que el insulto, la palabra como arma arrojadiza y la vulgaridad como traje de exhibición pugnan por imponerse en muy diversos frentes, en el de la política singularmente, el ejemplo de civismo y de honradez intelectual de estos dos herreños ilustres, su saber entenderse desde la discrepancia y desde toda otra contingencia humana, ha de ser motivo de orgullo para los herreños, y también para los cronistas de Canarias.

* Cronista de San Cristóbal de La Laguna