Estaba anocheciendo ayer cuando se reunió el muy dimisionario consejo político de la Agrupación Herreña Independiente, con un objetivo principal: disolverse y transferir todas sus competencias, tal y como está establecido reglamentariamente, a la llamada comisión de Ética y Garantías, que sin duda entenderá que la mayor garantía ética, diga Kant lo que diga, consiste en que la organización vuelva a las septuagenarias manos de don Tomás Padrón, acompañado por un silencioso y berroqueño grupo de ancianos fundadores del partido y excargos públicos. Se cierra así un círculo perfecto, aunque suicida: el que comenzó con la decisión de Padrón de designar como sus sucesores a Belén Allende -frente al Cabildo- y a David Cabrera -comandando la AHI-. Entre los dos han volado por los aires el partido.

Tomás Padrón fue el principal muñidor, el líder insustituible y el estratega milagroso, el pequeño gallardete de la AHI desde su fundación a finales de los años setenta. Pero en su infinita humildad jamás toleró que absolutamente nadie pudiera sustituirlo sin su bendición apostólica. No le faltaban razones a Carmelo Padrón cuando, harto de desaires, secreteos y golpes de autoritarismo, decidió abandonar la Agrupación Herreña, no sin antes regalar un último consejo a su antiguo amigo: "A esa chica, Belén Allende, no le interesa ni el partido, ni los militantes, ni el proyecto, ni nada que no sea ella misma". Fue inútil. Para Tomás Padrón Allende era perfecta. Fieramente ambiciosa pero -eso creyó- incapaz de hacerse con la organización, entre otras razones, por su esmerada antipatía y por no haber nacido en El Hierro. David Cabrera, en todo caso, sería un contrapeso. Cabrera acudía al domicilio de Padrón como un turista atónito visita Monticello, la casa de Thomas Jefferson, procurando no tropezarse con los muebles ni con la Historia. Con los años comenzó a imitarlo: cabeceaba como Padrón, susurraba como Padrón, se inclinaba como Padrón para oír (pero no escuchar) a los demás. Al final Cabrera parecía imitar a un José Mota que imitase a Tomás Padrón. Lo que le interesaba hasta la obsesión era encabezar la lista electoral al Parlamento de Canarias. Ahora y siempre por los siglos de los siglos.

Alguien podría preguntarse sobre la situación de Narvay Quintero en este ecosistema padronita. Es una pregunta ociosa. Narvay Quintero aparece por casualidad, como Poncio Pilatos en los evangelios, y siempre para lavarse cuidadosamente las manos que no se ha ensuciado. Era la joven promesa que envejece en su zona de confort, bajo una quesadilla, un escaño en el Senado o una consejería en el Gobierno autonómico, y para no molestar a nadie llegó a figurar como vicepresidente en las dos candidaturas para presidir AHI, la de Pablo Rodríguez y la Belén Allende, un pasmosa partenogénesis democrática que nadie le reprochó, porque es simpático, cordial, tan buena gente. Quintero incluso optó por invisibilizarse cuando Fernando Clavijo quiso proponerle como secretario general de CC. No le pillarán jamás cometiendo la ordinariez de tomar una decisión.

La Agrupación Herreña se rompió cuando Allende le ganó a Cabrera la plaza en la candidatura al Parlamento, haciendo doblete en el Cabildo Insular. Cabrera montó una agrupación de electores, redujo a tres los consejeros de AHI y pactó con el PSOE, convirtiéndose en vicepresidente de la corporación insular. Desde hoy Padrón intentará que Cabrera y los suyos se reintegren en AHI y uno de los caminos para lograrlo es que la organización "recupere su identidad diluida en CC". Es uno de los grandes must de Padrón: entrar y salir de CC como gimnasia partidista y maniobra de distracción mediática. Antes de fin de año darán el portazo.