De pequeño recuerdo haber participado en más de una guerra de almohadas. Sí. Aquel juego en el que siempre acababa recibiendo un buen golpe en toda la cabeza; un leñazo como el que encajó el pasado jueves Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. El socialista se debe estar preguntando qué más tiene que hacer para que lo tomen en serio. Hace un año se la jugó con una moción de censura que muchos veían como una quimera con una vertiginosa fecha de caducidad. La atmósfera de corrupción que envolvía al Partido Popular -acababa de hacerse público la sentencia del Caso Gürtel- aceleró la descomposición del gabinete de Rajoy, pero aún así, en el partido de la rosa se escucharon voces discrepantes.

Pedro Sánchez ha demostrado que cuenta con un Manual de resistencia, pero todo tiene un límite. Pablo Iglesias ya no es el que afeaba a los miembros de la casta. Podemos quiere estar en el reparto de sillones, es decir, donde se corta el bacalao. Los morados han dejado de ser un partido de perfil austero para codearse con la alta alcurnia de la política nacional, pero eso no es lo peor. Existe la sospecha de que sus decisiones se alejan cada vez más de los problemas de una sociedad de carne y hueso que denota un generoso hartazgo ante la posibilidad de tener que enfrentarse a unas quintas elecciones en menos de tres años y medio... Si PSOE y Podemos mantienen vivo su pulso de poder la desidia social puede pasarles factura.