La tarde del 17 de abril de 1971 tomaba posesión como presidente del Cabildo de Tenerife Andrés Miranda Hernández. Muy pocos días antes se había informado desde Madrid al hasta entonces presidente, Miguel Galván Bello, que había sido destituido por intervención del gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Gabriel Elorriaga. Galván Bello había presidido la corporación durante más de siete años. Ingeniero agrónomo y propietario rural, Galván Bello ejerció como un dinámico representante de la muy modesta burguesía local frente al régimen franquista y se empecinó no solo en pedir a los ministerios, sino a organizar esas solicitudes en una planificación insular: plan de embalses, autopista del sur, segunda pista del aeropuerto de Los Rodeos, iniciar el aeropuerto del Sur, fortalecer económicamente y ampliar los servicios del Hospital Insular -después Hospital Universitario-. Galván Bello llamó a Miranda para decirle que estaría presente en su toma de posesión. Y lo estuvo. Y el salón de plenos se llenó de aplausos al presidente expulsado y de pitidos contra el procónsul franquista. Miranda abrazó a Galván Bello frente al descompuesto Elorriaga. Todos y cada uno de los consejeros le estrecharon la mano. Lo hicieron esa tarde cientos de personas. Fue un ejercicio de dignidad colectiva coronada con la actitud valerosa y tranquila de Galván Bello, que sería presidente del Cabildo de nuevo en 1979, muerto el Franquísimo, ahora con los votos de los tinerfeños.

Ayer no ocurrió nada similar. Lo que se produjo, en cambio, fue un espectáculo penoso, bastante grotesco y a ratos abochornante. Coalición Canaria pretendió detener la moción de censura presentada por el PSOE, Podemos y Ciudadanos argumentando que uno de los consejeros de la formación ecosocialista, David Carballo, estaba incurso en una incompatibilidad, al mantener una relación laboral con una empresa pública dependiente del Cabildo, y por tanto su voto resultaba jurídicamente inadmisible. Así lo explicó la presidenta de la mesa de edad, Juana María Reyes, y cuando el secretario general de la corporación le transmitió que, a su juicio, no existía incompatibilidad alguna, Reyes porfió en sentido contrario, y exigió en nombre de su grupo un "informe técnico por escrito", como si el secretario no fuera, precisamente, el garante del respeto a la legalidad en ese momento. Solo las reiteradas advertencias de que podía incurrir en un delito de prevaricación llevaron a la consejera Reyes a abandonar tan ridículo obstruccionismo. No voy a preguntar aquí dónde metieron ustedes a José Manuel Pitti porque respeto demasiado al veterano periodista. No se lo merece.

Peor aún que intentar en el último minuto un gambito leguleyo para eludir una moción de censura inevitable es el descubrimiento -o la confirmación- de que el equipo de CC en el Cabildo no sabe hacer política. Porque ayer era el día para empezar a hacer política -y no gestión ni propaganda- y se han negado. Podían haber asistido a la sesión plenaria con bolsas de papel en la cabeza para dejarlo todo más claro. Que Carlos Alonso no defienda su gestión ni adelante su compromiso de fiscalización, sino que se ponga a citar a Pessoa, tal vez el poeta más inimaginable en su mesa de noche, no deja, pese a todo, de ser significativo. Pessoa es persona en portugués, y en la etimología de persona está la máscara de los griegos. La máscara de visionario de Carlos Alonso, que mandaba constantemente instrucciones por wasaps a Juana María Reyes, no oculta lo que ocurrió en el Cabildo: una patochada innoble que no se merece la corporación, ni su centenaria historia, ni siquiera los muchos miles de votantes de CC.