Pdro Sánchez no subió solo y sin apoyos a su primer día en la sesión de investidura. Llegó acompañado del fantasma casi sólido de unas nuevas elecciones generales y de esa ciega confianza en su infalible suerte que le ha caracterizado. Eso sí, no llevaba nada más.

El discurso del candidato fue como el cuento de la lechera. Un catálogo asombroso de retos de modernidad que dibujan una nueva España, paraíso de la igualdad, de la energías limpias, del respeto al medio ambiente, con salarios dignos y justicia social. Nada nuevo en un discurso de investidura. Lo más original de éste, sin embargo, es que hacía guiños indistintos a la derecha y a la izquierda. Como si Sánchez fuera un pescador que tira la caña sin saber exactamente en dónde está el pescado. Como si proyecto de gobierno fuera igual de bueno para los conservadores que para la izquierda, cosa que, considerando como es la peña en este país, parece bastante difícil.

Pero más que el fondo de armario de las promesas de investidura, la gran noticia justo antes de empezar el pleno era el avanzado estado de las conversaciones entre el PSOE y Podemos. La rumorología apuntaba a un acercamiento entre las posiciones enconadas de ambos partidos. Enterrada la ficción del gobierno de cooperación, ambas fuerzas políticas habían lanzado a la sociedad el mensaje de que estaban dialogando y avanzando.

Claro que había datos para suponer que realmente no iban bien. Por ejemplo, la imagen de la cabeza de Pablo Iglesias cayendo ruidosamente por la escalera de los medios de comunicación, decapitado por la negativa de Pedro Sánchez, que no quiere verlo ni en pintura en su futuro gobierno. Era una pista significativa porque lo de las cabezas cortadas siempre sienta bastante mal, sobre todo en el ánimo del que se la cortan. Pero lo que era una percepción ayer se volvió certeza. Porque Pablo Iglesias, desde su escaño, con un cabreo que se subía por las paredes, se encargó de confirmarlo declamando las numerosas ofensas negociadoras que el PSOE estaba cometiendo con su partido, que, a su entender, quieren utilizar como el florero de un pacto de izquierdas. Ante un estupefacto y selecto auditorio de diputados, Iglesias reveló, sin cortarse un pelo de la coleta, que no se iban a dejar humillar, ni pisotear. Y la cara de Pedro Sánchez era todo un poema.

Las sorprendentes revelaciones de Iglesias fueron una protesta profundamente visceral, en clave pública, contra el ninguneo socialista. Y vinieron a expresar, con meridiana claridad, que no habrá apoyo a la investidura si no hay cesiones de cuotas de poder a Podemos en el nuevo Gobierno. Lo cual permite deducir que en este momento, si el PSOE no afloja la mosca, el proyecto de una investidura "gratis total" está mucho más lejos que la amenaza de unas nuevas elecciones.

Tres meses después Pedro Sánchez está donde mismo estaba. Necesita los votos de su izquierda y de los independentistas. Pero no quiere o no puede pagar el precio.