La historia no es un póster. El pasado y sus complejidades solo se pueden colgar de la cabecera de la cama, con cuatro chinchetas, cuando eres joven y crédulo. Porque luego creces y te enteras.

El franquismo fabricó una falsa historia de España. Nos la inculcaban a martillazos en las escuelas antes de darnos leche y sucedáneo de chocolate porque antes todos los niños estaban mal nutridos. Era una historia de orgullo y de imperio, de valentía y reconquista. Los árabes eran invasores y malvados, a pesar de que estuvieron ocho siglos en España y crearon más ciencia y belleza que nadie antes que ellos. Y Franco, como don Pelayo, "el caudillo", había sido el salvador de la España católica frente a las hordas comunistas que asesinaban curas, violaban monjas y quemaban conventos.

La torpe y al final inútil tarea de malformar las mentes de la juventud es una preocupación obsesiva de las dictaduras de derecha y de izquierda y hay millones de seres humanos que han sido reeducados en campos de castigo.

En la España de hoy, la izquierda ha acometido la tarea de reescribir la historia falseada por el franquismo. Y lo hace igual de mal. Porque el sectarismo es tuerto y siempre traza los renglones torcidos en la dirección de sus sentimientos.

La segunda República española nació como un clamor y murió de vergüenza. La monarquía que salió por piernas había sido un lastre para la modernización de este país. Fuimos una nación europea en manos de curas y caciques mucho antes de las traiciones y cobardías de Felipe VII.

Cuando llegó la República, los intelectuales la saludaron con la misma esperanza que el pueblo llano. Pero los políticos no le dieron ninguna oportunidad. El poder de los monárquicos jamás cesó de conspirar contra ella. La derecha caciquil jamás la aceptó. Y desde los socialistas a los comunistas, pasando por los nacionalistas y anarquistas, la República sólo era una estación de tránsito hacia la revolución proletaria o la independencia. Las amenazas de golpes de estado obreros, los atentados, los asesinatos y los enfrentamientos se convirtieron en el pan de cada día. Los sindicatos anarquistas tenían pistoleros. Las patronales tenían pistoleros. Y España se desayunaba cada mañana con la noticia de una sociedad incapaz de soportarse a sí misma.

Antes del golpe de Franco, Mola y Sanjurjo contra el Gobierno legítimo, hubo otros muchos intentos de golpe. E incluso en la guerra, la República hubo de soportar los intentos de independencia catalanes y el desastre y la indisciplina de comunistas y anarquistas.

La sublevación militar fue un golpe de Estado. La guerra que siguió causó innumerables muertos y el régimen franquista siguió asesinando hasta casi la muerte misma del dictador. Son verdades inexorables. Pero una parte de la izquierda verdadera que hoy mitifica con nostalgia la República es la heredera intelectual de los cómplices de aquel fracaso. El caos fue el caldo de cultivo para que media España apoyara a los golpistas que convirtieron el país en un matadero.

En la historia de antes había buenos cristianos y malos comunistas. Ahora quieren transformarla, cambiando a los personajes. Pero es una versión tan falsa como la anterior. Lo que no quieren contar es que en este país todos fueron al mismo tiempo malos y buenos, estúpidos y crueles, intolerantes y salvajes. Que hermanos mataron a hermanos. Que los vecinos denunciaban a quienes detestaban. Que se cometieron venganzas personales con la excusa de la política. Que salió lo peor de todos nosotros. Y que los que ganaron se ensañaron durante décadas con los vencidos.

¿Saben cuál es mi triste verdad? Yo no colgaría un póster de ningún bando de aquella España en la cabecera de ninguna cama.