Puedo ser el único periodista que no haya presenciado en directo la llegada del hombre a la Luna aquel 21 de julio de 1969. Bueno, en realidad aquel verano era becario -estudiante de Periodismo en prácticas se decía entonces- en el diario "Madrid". Fue este uno de los pocos periódicos que informaron del hecho esa misma mañana. Tituló en primera página "La Luna ya es del hombre". Salió el periódico impreso horas antes de lo acostumbrado -era un diario de edición vespertina- y llegaría a los kioscos al mismo tiempo que los habituales matinales, que habían tenido que cerrar su edición horas antes para llegar a los lectores de toda España. Solamente los diarios vespertinos "Informaciones", "El Alcázar" y "Pueblo" en Madrid, "El Noticiero Universal" y "La Prensa", en Barcelona, habían podido hacer una edición especial pues en aquellos momentos sus tiradas solamente llegaban a la venta en el día en las ciudades de impresión y sus alrededores. Si el diario de los sindicatos (verticales), "Pueblo", informaba a los lectores de "Un paisaje cruel, un cementerio de peñas, un mar de gravilla: eso es lo que hay", el del Opus Dei, "El Alcázar", titulaba "El hombre pisó la Luna. A las 3.56, Armstrong puso el pie izquierdo en el Mar de la Tranquilidad ¿Qué hace la nave soviética?". Sin estridencias "Informaciones" decía "que "Toda la Tierra mira a la Luna". Menos el que esto suscribe.

Diariamente entraba a trabajar a las siete de la mañana, atravesaba un Madrid dormido, con calles vacías, en una motocicleta en la que circulaba como un Ángel Nieto por calzadas sin coches, sin guardias, a velocidad libre. El 21 de julio de 1969 llegué al "Madrid" a la hora habitual. Si normalmente trabajaba la primera hora solo, sin compañeros en cualquiera de las secciones de Redacción, mi sorpresa fue encontrarme a la mayoría de los redactores charlando, con algún desayuno en la mesa, distendidos ya tras dar por terminada su labor. Antonio Sánchez-Gijón, jefe de Internacional, Alberto Míguez, jefe de Cultura, y Manolo Pizán, compañero de la sección de información del extranjero, conversaban amigablemente sobre el acontecimiento de la jornada. Me miraron con asombro y alguno de ellos me dijo aquello de "¿A qué vienes?".

No teníamos un espejo para ver de qué color me iba poniendo. "¿Habéis trabajado toda la noche?", pregunté ingenuamente. "¿Nadie te avisó de que hoy veníamos por la noche?", señaló mi jefe con una burlona sonrisa que me retrataba como un ingenuo becario/novato/inocente. Debí de poner cara de lunático (aunque fuese el único que no había visto la Luna aquella noche) y añadí la coartada más ingenua que creo que no esperaban: "Precisamente me fui a dormir temprano para llegar fresco a trabajar pensando que hoy sería un día muy importante para que el periódico saliera bien y pronto". La carcajada sonó hasta en la rotativa, varios pisos más abajo en aquel caserón de la esquina de General Pardiñas con Maldonado, cuya voladura controlada inmortalizó la fotografía del principiante Javier Aguirresarobe. Quizá la oyeron los trabajadores de talleres porque al rato subieron a decirle a Sánchez-Gijón que alguien tenía que bajar a cortar en las galeradas unas parrafadas que sobraban.

Por supuesto fue el becario quien bajó a ajustar las páginas de Internacional que informaban del acontecimiento que unos veinte millones de españoles habían contemplado a través de unos tres millones de televisores en blanco y negro. Los astronautas Neil Armstrong, primero, Edwin Aldrin, después, pisaron la superficie lunar mientras Michael Collins permanecía a los mandos del módulo "Apolo XI", protagonizando el considerado mayor acontecimiento científico del siglo XX, visto en Estados Unidos con "fervor patriótico" ante la carrera espacial que se disputaba con la Unión Soviética, cuyo cohete de lanzamiento acababa de explotar en una prueba previa al lanzamiento.

En fin, repito, quizá sea quien esto firma el único informador -aquel día parece que yo estaba en la Luna- que no vio en directo la llegada del hombre a la Luna, hecho que llevó a un diario español a señalar que "El Papa [Pablo VI] ha contemplado la obra de Dios por medio de la mirilla del progreso".