Algunos la idealizan, mientras que otros la practican. Los más viejos hablan de ella como Bécquer construyendo rimas sobre ese amor infinito e insaciable. Dicen los que la conocen que el diccionario jamás podrá aguantar el peso y la fuerza de un sustantivo llano de dimensiones intangibles. Quizá uno de los conceptos más viciados y gratuitos que existen: la rebeldía. Capaz de aunar la temporalidad con la atemporalidad, la causa con la causalidad, y la necesidad con el atrevimiento. Venerados, denostados y aclamados, son el regimiento de rebeldes que evocamos para comparar el pasado con el presente, en ocasiones, haciendo un uso casi infame de la forma más contradictoria de diseñar el ciclo vital. Quién no se ha conmovido viendo a Espartaco al frente de un ejército de esclavos; la espada de Simón Bolívar por América latina, un aristócrata testigo de la debilidad del imperio español; la "(in)justicia" revolucionaria de Ernesto Guevara, libertario argentino en Cuba; o el tenebroso acento francés de Robespierre, como icono de la Revolución Francesa, son algunos de los ejemplos más manidos para identificar el estereotipo de rebelde clásico. Hoy en día, rebeldía es el todo, sin las partes. Son los primos hermanos de los antisistema, interclasistas, hasta del centro ideológico. Desde la pintada del "No a la OTAN" de los ochenta hasta el alcalde de Madrid limpiando un grafiti contra la Policía en la selva comunista que según Almeida se había convertido la capital de España. Ser rebelde es el compromiso y la lucha del colectivo LGTBI por la igualdad, aunque para otros emocione manifestarse por la unidad de España de la mano de obispos que claman desde los altares contra la supuesta degeneración a la que se enfrenta la familia tradicional. Ser rebelde era el grito del "No a la guerra" en las plazas de todo el país por la intervención del trío de las Azores, sin embargo, desde la otra calle se enarbolaba la bandera de la rebeldía para frenar la llegada de peligrosos refugiados venidos de Oriente Medio y Oriente Próximo. Ser rebelde es el padre Ángel de Mensajeros de la Paz refugiando a los pobres en San Antón, a la vez que Reig Pla realizaba sus habituales comentarios homófobos en una carta pastoral. En el parte de guerra cotidiano del terrorismo machista, que sigue sacudiendo a nuestra sociedad, además del peso de la ley, se convierte en ineludible emprender con diligencia la fórmula de rebeldía más efectiva del mundo: educar en igualdad. Eduquemos para que la niña de ayer pueda ser el árbitro de mañana, para que la hija decida en plena libertad allanando el campo con la siembra de la justicia y los derechos sociales. Que las niñas de hoy lean a Hipatia de Alejandría y lleguen a ser las mejores científicas del momento pese a la brecha salarial; que nos enseñen la obra de Ada Byron para crear el verdadero algoritmo de la igualdad; que nada impida sus sueños de aventuras como Nellie Bly en su vuelta al mundo durante 72 días en el controvertido siglo XIX; que nadie les convenza con el "ustedes no pueden hacerlo", porque así se lo dijeron a Lottie Dod y ganó Wimbledon hace más de 100 años. Que cuando crean que "no se va a poder" se acuerden de Rosa Parks sentándose en el sillón reservado para los blancos en la guagua a Montgomery, o recuerden a Angela Davis llamando racista a Nixon. Clara Campoamor, Margarita Nelken, Victoria Kent, Frida Kahlo? pero también María de La Laguna, Martina de Puerto de la Cruz, o Goretti de Las Palmas, mujeres de nuestro tiempo, guerreras anónimas que viven en nuestros barrios y dignifican con su valor el puerto de montaña que supone la igualdad real. Como dijo una vez la joven paquistaní Malala Yousafzai: "Que nunca te hagan callar si crees que estás diciendo lo correcto".

@luisfeblesc