Mientras los dos partidos llamados a asociarse para gobernar España (PSOE y Podemos) están a punto de encallar en la votación de investidura para la presidencia del Gobierno, un tercer actor que podía desbloquear la situación se resiste a múltiples presiones para ratificar a Pedro Sánchez en La Moncloa: Albert Rivera, líder de Ciudadanos, que vive su particular No es no (tal como hizo Sánchez con Mariano Rajoy, en 2016).

Paradójicamente, el coste (para un partido como el naranja, que logró hace tres meses su mejor resultado electoral) no está siendo menor. En primer lugar, para su imagen de partido moderado, dañada por la evidencia de que se ha inclinado a pactar con PP y Vox, a nivel local y autonómico, pese a sus aspavientos para no negociar en público con la formación de extrema derecha.

En segundo término, a nivel interno. Destacadas figuras de la formación (como el portavoz económico en el Congreso, Toni Roldán) han abandonado a Rivera, tras su negativa a dialogar con Sánchez. El último en dar el portazo ha sido el cofundador del partido y catedrático de Derecho Constitucional, Francesc de Carreras, padrino político de Rivera en sus inicios, hace 14 años.

Determinada opinión publicada y algunos poderes fácticos, que ven con buenos ojos un Gobierno entre PSOE y Ciudadanos, no dejan de mostrar su estupor ante la cerrazón de Rivera. Pero su estrategia es clara: los resultados de abril le abrieron la posibilidad de liderar, en un futuro, todo el espacio de la derecha. Sin embargo, las elecciones municipales y autonómicas permitieron a los populares salvar los muebles y seguir por delante de los naranjas. Aún así, Rivera no acepta que los trenes decisivos pasen solo una vez y cree que toca resistir, como aquel Sánchez defenestrado por Ferraz y que ahora lidera la socialdemocracia en Europa.