Julio Verne enhebró su escritura en torno a un fantasioso viaje De la tierra a la Luna, pero nunca pisó el espacio lunar. Georges Mèliés clavó una rudimentaria nave en uno de los ojos de la Luna, pero tampoco puso un pie en el único satélite natural de la Tierra. Neil Armstrong parecía que iba a ser un piloto más de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos y sí que estuvo en la Luna. La vida es así de caprichosa. El comandante de la misión Apolo 11 siempre permaneció al menos una huella por delante de Edwin Buzz Aldrin y Michael Collins. Sí. Yo soy de los que creen que el hombre completó esa hazaña hace 50 años. Admitiendo que a los humanos nos gusta más una conspiración que comer, poner en duda la frase "Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad" no viene a cuento en una fecha tan histórica. Lo más fácil sería pensar que la docena de afortunados que han conseguido caminar sobre el polvo lunar no es más que el invento de un heredero de Verne; una intriga creada por un admirador de Mèliés. No. Armstrong estuvo en la Luna. Y es que algo que nos puede resultar un tanto infantiloide en 2019 no debería caer jamás en el interior de una papelera apabullado por un progreso que, por cierto, aun está estudiando si allá arriba hay o no negocio. Todo lo que viene envuelto por el calificativo iniciático suele estar anudado a un veremos que muchas veces termina rendido ante los soñadores. Eso sí, los sueños hay que trabajarlos...