Sesenta años después otros Crehuet y Greses cruzan cartas que, desde un proyecto prosaico, abordan cuánto hay de humano y divino en un lugar místico e histérico y, siempre, con todos los colores del humor. Presentados y despedidos por Lavi, Pilarín y Guadalupe, hijas y amiga común de los firmantes, Eladio y Angel rehacen una patria literaria que, en horas obstinadas, acoge afectos y recelos aliñados por una prosa ingeniosa e impostada, más inteligente y eficaz que las situaciones reales y desaforadas que, deliberada o casualmente, los inspiran. El irrepetible Felipe Hidalgo, "por sí y por ciencia infusa", tradujo Velhoco como "lugar bello". Y tal como Tazacorte en otro día histórico, el sitio y el topónimo marchan imparables hacia la independencia. Será por la vía armada, como toda secesión o divorcio que se precie; y se constituirá en República Condal, nada menos. Greses invocó la revelación de su tía abuela Rosaura Morriña, para ostentar el título de VII Conde y nombró como segundo, consejero áulico, paladín y Vizconde a todos los efectos a su amigo. La nueva entidad - nación o cantón, da lo mismo - no elige ni marca a los súbditos con datos antropométricos u otras chorradas supremacistas; pero exige, claro está, obediencia suma sin denominación de origen; tiene leyes propias, administración enfática, recaudación extrema, carteras de culturas múltiples y severa separación de clases, que adquiere su expresión suma en una necrópolis suntuosa, con panteones ilustres para los principales y con tumba única y democrática para juntar a todos los vasallos, cada cual a su tiempo y previamente reducidos a cenizas. "Querido Conde, querido Vizconde" - Editorial Senyor Ruc, Barcelona, 2019 - es un desfile de recuerdos, fabulaciones y nostalgias, escrito a dos manos y fuera del discurso dominante, con excesos escatológicos, tensiones interesadas en el relato, y resuelto en saludable ironía que se aleja de los relatos unívocos y los actos de fe tonta y cinismo de las posverdades territoriales, y con los términos más elegantes y leves para tildar las indecencias. Homenaje a un espacio peculiar, a una peña y a una época donde el ingenio posibilista alivió baladronadas dictatoriales, esta amena correspondencia, con el astracán del marco y las ínfulas elitistas, dibuja una patria divertida y acogedora en medio de tantos rigores, reducciones y sainetes aldeanos. El inconveniente único de la recreada geografía y su carrusel de ocurrencias es el patíbulo que castiga las disidencias, protocolares claro.