Paulino Rivero llevaba cuatro interminables años aguantándose las ganas. Cabe sospechar que cuando se volvía irreprimible el deseo de condenar a Fernando Clavijo cogía carrerilla y se lanzaba sobre la tunera más próxima: quería reservarse para el mejor momento. Y la estrepitosa, arrasadora derrota de su antigua adversario le ha proporcionado su oportunidad. Quizás si Rivero hubiera defendido en el seno de Coalición Canaria una postura crítica sobre la estrategia de sus sucesores sus palabras de ahora parecerían menos oportunistas y -también- menos tiznadas por el resentimiento. Pero no podía hacerlo, simplemente, porque el expresidente se dio de baja en el partido, por el procedimiento de no pagar las cuotas, ya en el año 2015, cuando Clavijo apenas había comenzado su etapa gubernamental.

Sin Paulino Rivero CC nunca se hubiera consolidado como una organización política que, en sus orígenes, fue apenas una buhonera plataforma electoral y, posteriormente, una federación de partidos en proceso siempre inacabado de unificación organizativa. Rivero, uno de los políticos más inteligentes, astutos y enérgicos del último medio siglo en Canarias, es el máximo responsable del impulso a CC como entidad política con identidad propia y motor electoral. En un momento dado entendió que su entronización presidencial era la coronación de este proyecto, y en última instancia, que solo su presidencia -si era necesario, ejem, vitalicia- podía garantizar la supervivencia del mismo. Así que comenzó con la defenestración de Adán Martín -con quien fue brutalmente despiadado- y terminó intentándolo todo para que Clavijo, Ana Oramas y Ricardo Melchior no lo desplazaran a favor del alcalde de La Laguna. Por entonces el político sencillo y accesible, aunque siempre taimado, de sus inicios municipales en El Sauzal se había transformado en una oscura versión de medianías de Frank Underwood. Han sido realmente cómicos los intentos de presentar a Paulino Rivero como un auténtico dirigente nacionalista dotado de una visión progresista de Canarias y su futuro. Rivero no está a medio centímetro más a la izquierda que Clavijo y los más calvos del PSOE recordarán que fue él, como secretario general de ATI, quien acabó con casi todos los feudos socialistas del norte de Tenerife -y con Arona en el Sur- y los sometió a la férula coalicionera durante veinte años. Como presidente pactó con el PSOE pero también dio oportunidad a un progresista como José Manuel Soria de ser vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda, mandando a Juan Fernando López Aguilar a la oposición con más diputados de los que ha obtenido Ángel Víctor Torres.

Es obvio que Fernando Clavijo debe asumir una parte sustancial de la debacle de CC tras las últimas elecciones autonómicas y locales. Pero en realidad las razones estructurales de la sobrevenida ineficiencia político-electoral de CC están (entre otras) en su propia naturaleza como organización política. Una organización carente de la mínima democracia interna basada en el clientelismo orgánico y en un sistema de cooptación asombrosamente descarado que terminó funcionando como un ocasional espectáculo de coros y danzas al servicio del Gobierno autonómico, cuya ocupación ininterrumpida era considerado como algo tan natural como la leche de cabra. Rivero -y sus coetáneos- construyeron este artefacto, cuya paulatina obsolescencia les importó un rábano, y lo mismo ocurrió con Clavijo y sus hasta ahora leales conmilitones. Han perdido el gobierno -aunque no únicamente- porque mucho antes habían perdido el partido, que ya no era sino su propio envoltorio engolosinado.