Hubo una época en la que darse la mano era un contrato tan sólido como un documento firmado en una notaría. Las acciones de agua, las horas de riego, las fincas o los animales, cambiaban de manos por un precio pactado entre dos personas a las que no les hacía falta más que llegar a un acuerdo y estrechar sus manos para sellarlo.

Manuel Domínguez, el responsable del Partido Popular, no ha terminado de entender que esos tiempos ya pasaron. Que la palabra hoy vale menos que un caramelo. Que la modernidad nos ha vuelto frívolos e inconsecuentes. Y que es precisamente en la política donde todos esos comportamientos se pueden encontrar en mayor abundancia.

El consejero de Ciudadanos en el Cabildo, Enrique Arriaga, le dijo a la cara que no iba a pactar con los socialistas, que su partido permanecería en la oposición o, en todo caso, se haría cargo de algunas áreas en el pacto con el PP y Coalición. Pero a las pocas horas, Arriaga anunciaba una moción de censura convirtiéndose en un tránsfuga al desobedecer las instrucciones de Ciudadanos.

A Domínguez, que es de pueblo a mucha honra, todo eso se la trae al fresco. Entiende que se pueda votar por echar a Coalición -de hecho es lo que a él le pedía el cuerpo- o por pactar con unos o con otros. Lo que por muchas vueltas que le da no sabe contestarse, es cómo una persona puede afirmar una cosa mirándote a los ojos y darte la mano, cuando ya tiene pensado hacer algo completamente diferente. Lo que le revienta es que le mientan a la cara y en esa corta distancia de las relaciones personales. Algo que Arriaga se podría haber ahorrado perfectamente porque no tendría que haber mentido sino dejarlo todo en el aire. "Sinvergüenza político" le ha llamado Domínguez, cabreado, en los medios. Porque considera que le engañó de forma personal y que le hizo creer de verdad en que su posición era honrada.

Arriaga tiene todo el derecho del mundo a hacer con su voto lo que le de la gana. Lo mismo que su compañera. Son cargos electos y dueños de sus actas. Pero obviamente son tránsfugas. Ya sé que suena mal, pero es lo que hay. De sus actos se deduce esa consecuencia inevitable, que no es más que una palabra. Su partido les ordenó hacer otra cosa distinta de la que han hecho y les ha abierto expediente de expulsión. Y sus argumentos justificativos son puro bla, bla, bla. Como la mirada a los ojos de Manuel Domínguez antes de darle la puñalada.

¿Qué problema había en decir la verdad? Pues ciertamente ninguno. Pedro Martín es un tipo estupendo, un buen político, te sientes mejor con él, tienes ganas de darle una patada en el culo a los nacionalistas... Pues muy bien: le votas y asumes la consecuencia, que previsiblemente será la expulsión del partido. Pero para eso no necesitas engañar a nadie. No estuvo muy fino.